¿CÓMO SE CONSTRUYÓ EL URIBISMO?

03 Ago 2008
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Se pregunta el columnista Forero Tascón de El Espectador el pasado 28 de julio “¿Cómo se construyó el uribismo?”, y a renglón seguido se arma un cuento entre sociológico y político, fácil de ingerir por su potabilidad sintáctica pero difícil, muy difícil de digerir por los viscosos grumos que envuelven su razonamiento.

Como Forero Tascón no empieza por el principio, parece necesario que alguien le haga el introito. Si me permite, yo le podría aportar lo siguiente:

Quienes crean que el uribismo comenzó a formarse a partir de 2002 cuando accedió a la presidencia Álvaro Uribe Vélez, ignoran, unos de buena fe y otros porque les interesa ocultarlo, que Uribe llega a la presidencia tras una combinación de todas las formas de lucha entre la que se destaca la acción violenta, criminal y devastadora del paramilitarismo.

Esa que es la génesis del uribismo en Colombia no aparece por ninguna parte referenciada en la columna de Forero Tascón porque, precisamente, los apóstoles del testamento uribista tienen como misión eterizar el análisis de incómodas reflexiones morales.

Todo el proceso de Uribe como político y gobernante fue de entraña insondable hasta que, buscando desde la Presidencia el perdón y olvido de todos los colombianos hacia sus secuaces a través de la “Ley de Justicia y Paz”, que así se tituló en su presentación inicial al Congreso, la sociedad civil le metió el principio de verdad y reparación, a partir del cual comenzamos a saber lo inconfesable de la plataforma que se montó para tomarse el poder a sangre y fuego en cabeza de un politicastro proclive al capitalismo transnacional y aupado por la dominante estirpe castrense.

Uribe es, pues, un híbrido de las dictaduras de atrás de los 80 en Latinoamérica que se establecían para saciar las ansias de los militares poshitlerianos y preservar las riquezas y los bienes malhabidos de las élites criollas. Uribe es un dictador, no ya de verde oliva y charreteras como en el pasado (y un tanto nacionalista, que era lo pasable), sino de corbata, cuello blanco y globalizado que es lo más malo.

A partir de este prototipo, todo es fácil en un país presidencialista por historia y arribista por necesidad. El poder que emana de la Presidencia hace que todo el que quiera entrar al círculo de la ‘high ligth’, tenga que tragar entero; y todo el que quiera de la torta, aplaudir primero al elegido.

Este es un esquema que se esparce a lo largo y ancho del espectro nacional tanto en la vida pública como privada y familiar, pues que, también tenemos históricos ejemplos de arteros testadores y audaces herederos como el que por años se debatió en torno a El Tiempo y la forma como el ex presidente Eduardo Santos quería distribuir la propiedad accionaria del periódico y finalmente como quedó en manos de Hernando Santos en episodios novelescos que hablan hasta de la enajenación medicada del testador para manipularle su última voluntad en hechos que involucran a lúcidos y lucidos columnistas, con puesto propio en la más inmediata historia que se abrirá en Colombia tras su muerte.

Mantener el estatus de este esquema, también es fácil: basta apelar al arte de mentir en que son especialistas ciertos pontífices de los medios de comunicación que lo son en gracia a que están dentro del círculo por tragar entero y participan de la torta porque son como las porristas en el fútbol que gritan, aplauden, bailan y agitan sus pompones porque para eso las reclutan y pagan, independientemente de que su equipo ande jugando mal y perdiendo el partido.

Es bien interesante, por lo sibilina, la teoría del sabiondo de Forero Tascón. Dice, por ejemplo, que (…) “La explicación para esa situación puede ser que el uribismo adoptó la fórmula de la derecha norteamericana, de recurrir a los valores. Porque la propuesta uribista consiste en un relato sobre la problemática del país y sus soluciones, cargado de los valores predominantes en la sociedad colombiana” (…)

Es decir, si mal no le entiendo: el pueblo colombiano es uribista porque la problemática del país es la guerrilla y su solución es el exterminio a cualquier costo, que es lo que adelanta el gobierno de Uribe en estos momentos en tal forma y manera que poco a poco nos hemos ido dando cuenta que aquí, en un país católico por excelencia, con un presidente que alardea de su devoción, al punto de atribuirle sus éxitos guerreristas a la Divina Providencia (como el sicario a la Virgen), hemos perdido, en aras de esa propuesta uribista el valor moral emanado de San Agustín de que el fin no justifica los medios.

En un país, que también se jacta de tener la democracia más antigua de Latinoamérica, hemos registrado en poco menos de un año una invasión a un país amigo por la cabeza de un guerrillero; le hemos concedido recompensa de varios miles de millones de pesos a un asesino por entregarnos la prueba reina de la muerte de su jefe, una mano entre una bolsa; y hemos suplantado la cruz roja y plagiado un logo-símbolo de una cadena de noticias para lograr la liberación de unos secuestrados que pudieron haber recobrado su libertad mucho antes y con menos riesgos.

Vaya, vaya, vaya los valores que nos ha descubierto Uribe y que nos permite percibir el columnista de marras al explicar por qué este presidente ha logrado hacerse rodear de inmensa masa de seguidores que ha llegado a sobrepasar el 90 por ciento de una población sutilmente seleccionada por los encuestadores, y que los medios, que ya no son emisores de noticias, y ni siquiera de opiniones inteligentes, sino repetidores de mensajes subliminales, en tantas y diversas formas como la imaginación permita, le han hecho creer a la gente que se trata del 90 por ciento de 45 millones de habitantes que tiene Colombia.

Entre las muchas críticas que en El Espectador ha recibido esta columna de Forero Tascón, una me parece a lugar y con ella cierro:

“El uribismo tomó vuelo gracias a los paracos. El uribismo es la exaltación de antivalores como la corrupción, el paramilitarismo y el narcotráfico. El uribismo es el resultado de una amalgama de malhechores”: Anacleto Godoy (así firmó).


Síntesis

Dejando claro el origen del uribismo que nadie con razón podría refutar, lo que resultaría interesante seguir pespuntando en el debate académico es el origen de la popularidad del presidente Uribe.

De mi cosecha, me remito al esbozo muy superficial que hice como inquietud intelectual en la columna “De la emoción dirigida”, acogida por varios medios virtuales, entre ellos, “Elementos de Juicio” del ex magistrado, José Gregorio Hernández y, “Aporrea”, el portal que para bien de la libertad de expresión orbita desde Venezuela.

Allí sostengo que la popularidad de Uribe se debe a que todas sus encuestas se hacen sobre opiniones emotivas en caliente que le son favorables, como por ejemplo (¡y por Dios!), preguntarle a los colombianos si están de acuerdo con la liberación de Ingrid o no; y hacer coincidir la obligada respuesta afirmativa con un aplauso al gobierno y no a la feliz circunstancia de la persona liberada.

Con la misma metodología, pero en circunstancias que le sean adversas, podría bajarse a cero la popularidad de Uribe si, por ejemplo, las encuestas se adelantaran en medio de las operaciones de toma de empresas publicas en que las fuerzas militares y de policía irrumpen en las noches a desalojar a los trabajadores para al siguiente día liquidarlas y posteriormente privatizarlas. Y como el anterior, ene mil casos más del mismo corte pudieran ejemplificarse.

Pero más contundente que ese argumento de la emoción dirigida, me parece la estadística que sobre la popularidad de Uribe encontré en los valiosos e importantes comentarios que a diario, día tras día, siete días a la semana, 30 días al mes y 360 al año, nos hace llegar a través de Internet, el coordinador de Columnistas Libres, Rodrigo Jaramillo.

Ese comentario, suscrito por Esperanza Márquez M. que como ella misma dice va en dirección a responder la inquietud del columnista Antonio Caballero en su artículo de Semana (03-26-08) sobre el origen del 84% de la popularidad de Uribe, nos revela que “matemática y estadísticamente es imposible que Uribe Vélez tenga un 84% de popularidad. Una afirmación en este sentido es una absoluta falacia”.

Por supuesto, si tomamos un 84% de 45 millones de habitantes nos encontramos con que cerca de 38 millones de colombianos son uribistas, es decir, casi 11 millones más que el total de ciudadanos cedulados, lo que nos estaría indicando también que iríamos a encontrar en ese universo a una gran cantidad de niños y niñas políticamente precoces capaces de distinguir, evaluar y preferir el discurso de Uribe a cualquier otro razonamiento en contrario.

Lo que debemos descubrir en la información es la manipulación de la encuesta y sus consecuencias.

Primero, el encuestador tiene un universo de encuestados con reflejos condicionados hacia Uribe y su discurso, como por ejemplo, esos a quienes premeditadamente se les ha hecho creer que el único problema de Colombia son las Farc y su solución pasa por el extermino de los guerrilleros, a cualquier precio.

Ese universo, como con frecuencia puede verse en la ficha técnica que anexan al resultado en letra microscópica cuando es impreso, o pasa a la velocidad de la luz en las pantallas de la TV, son siempre entre mil o dos mil personas de distintas edades, sexos y capas sociales. Es decir, en el mejor de los casos, ese 84 por ciento no pasa de ser un número de 1.700 personas en vez de los 38 millones que subliminalmente nos enchufan y dejamos embutir por entre los ojos y oídos los mas media.

Segundo, una bola de nieve de tal magnitud puesta a rodar e impulsada por Gran Hermano, hace que en un país “presidencialista por historia y arribista por necesidad”, en los términos antes descritos, todo el mundo quiera subirse al carro de la victoria dando como resultado que una mentira mil veces repetida pueda con el tiempo quedar convertida en una realidad que atrapa, asfixia, incomoda, huele mal pero resulta cierta e inevitable.
 

Modificado por última vez en Sábado, 28 Junio 2014 20:16
Elementos de Juicio

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