Diccionario Juridico: Crítica del testimonio
La crítica del testimonio en búsqueda de la verdad, es la confrontación de credibilidad y validez que hace el juez en relación con la prueba suministrada por la declaración de un testigo. Ahora que se habla en Colombia del cartel de testigos falsos en materia penal, conviene recordar algunos elementos jurídicos de fondo en torno al testimonio y a la búsqueda de la verdad.
El ilustre profesor francés Francois Gorphe en el libro titulado La crítica del testimonio expone lo siguiente: “Aunque haya dicho Montaigne la verdad no se juzga por el testimonio ajeno, el juez a falta de mejores cimientos, y en los casos de necesidad extrema, no tiene frecuentemente más tarea a su cargo que comprobar si reside en los testimonios la verdad o el error”.
Pero ¿qué es la verdad y qué el error?
Según la definición clásica, la verdad es la identidad entre el conocimiento y su objeto, adaequatio rei et mentis como decían los escolásticos.
Esta definición lógica, nos basta si tomamos la palabra ‘objeto’ o ‘realidad’ en su sentido fenomenal, corriente y no perdemos de vista que la relación de verdad entre ambos elementos es esencialmente subjetiva.
Entendido así la relación es doble, desde el punto de vista del Juez: La verdad que él busca ha pasado a través de la personalidad del testigo (sujeto primero), teniendo que llegar hasta él mismo (sujeto segundo), sin embargo el segundo sujeto (el Juez), manteniéndose tan impersonal como sea posible, deberá permanecer descuidado en un principio, salvo lo que se dirá de las preguntas sugestivas.
El objeto es la incógnita a despejar por medio del término sujeto (testigo) y de la relación sujeto objeto. Desgraciadamente, esta relación, que adolece de subjetiva, nos retrae en parte al término sujeto y nace la dificultad y la irracionalidad del problema cuando ocurre que la incógnita sólo puede ser detraída de un solo término, el sujeto. Se comprende ya, que esta dificultad solo podrá ser resuelta volviéndola sobre sí misma y habrá que esperar que la complejidad del método, supla lo que tiene de irracional. Se intentará saber cómo se comporta el testigo (sujeto) frente a objetos análogos, pudiendo hasta cierto punto y respetando todas las condiciones ser sustituidos por el objeto a determinar. Estas operaciones serán casi todas facilitadas por el hecho de que este objeto no es totalmente desconocido sino que se sabe de él algo.
Si la verdad tuviese siempre un carácter diferente del error, que no es más que su contrario, distinguirla de él sería un simple juego. La desgracia de la crítica no permite que sea así. “La verdad y la mentira –dijo Montaigne- tienen sus rostros iguales, el porte, el gusto y las maneras idénticas, las vemos con los mismos ojos”. Y los filósofos, como Mach, que han estudiado la cuestión, concluyen que las mismas funciones psíquicas, actuando según las mismas reglas, nos conducen tanto a la verdad como al error y que únicamente una cuidadosa comprobación hecha en todos los sentidos, puede prevenirnos contra el error.
Si en vez de situarnos en el punto de vista del sujeto cognoscente, intentamos colocarnos ahora en el del objeto a conocer, veremos que la verdad tiene carácter de unidad en el sentido de que con relación a un sujeto determinado -que es el órgano judicial-, y con un objeto también determinado -el hecho judicial-, no puede haber más que una expresión de la realidad. Pero al contrario, puede haber allí una variedad infinita de expresiones irreales más o menos imaginarias. Esta forma proteica del error aumenta considerablemente la dificultad. Si como la verdad, la mentira no tuviese más que una cara dice aún Montaigne, estaríamos en mejores condiciones porque tomaríamos como cierto lo contrario de lo que afirmase el embustero, pero el reverso de la verdad tiene cien mil figuras y un campo indefinido.
Los pitagóricos hicieron el bien preciso y finito, el mal infinito e impreciso, mil caminos desvían del blanco, separan del objeto, uno solo conduce a él. Es a nuestro entender una tarea esencial para la crítica del testimonio clasificar y analizar los errores.
Hasta ahora bien poca cosa se ha hecho en este sentido, todo se ha reducido a nociones vulgares y esto es a todas luces insuficiente. Para poder ser diagnosticados y corregidos o salvados los errores como las enfermedades deben ser analizados y determinados con cuidado en sus caracteres, sus causas y sus síntomas. Habrá que establecer su gnoseología, su etiología y su semiología.
Los juristas no conocen hasta ahora nada más que la vieja distinción común entre el error voluntario o mentira, castigada por la ley como falso testimonio, y el error involuntario o propiamente tal no punible.
La mentira, ha sido un tema de reprobación de todos los moralistas porque falsea las relaciones normales entre los hombres y es muy temida por la justicia, de la cual es uno de los más grandes enemigos y de la que diría de buena gana como el libro de los proverbios: Hay seis cosas que el Señor teme y tiene a la séptima en abominación: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos que derraman la sangre inocente, el corazón que medita negros pensamientos, los pies que se apresuran a correr hacia el mar, el falso testigo que profiere mentiras y el que siembra la discordia entre hermanos.
Desgraciadamente la justicia es con frecuencia impotente para alcanzar el falso testimonio bajo sus formas variadas y para reprimirlo como merecería, resbala bajo la presa, se oculta bajo la apariencia de la verdad, o se abriga bajo la falta de prueba en contrario.
Una de las principales dificultades que origina este ‘maldito vicio’ como lo llamó Montaigne, proviene de las numerosas variedades de la mentira. Los juristas las han distinguido según el objeto perseguido: “Es un arma oculta con ayuda de la cual, el agente despoja a sus víctimas, las deshonra, o las asesina: este crimen participa, pues, tanto del robo, como de la calumnia o del asesinato… Así el falso testimonio recorre todo el círculo de la criminalidad siguiendo el objeto que se propone. Pero una clasificación así no podría comprender los caracteres propios de la mentira. Se puede, desde luego, distinguir la forma positiva y la forma negativa, aunque se admita que tanto la una como la otra pueden constituir el falso testimonio. Cada una comprende a su vez distintos grados, que Duprat clasifica como sigue, después de haber definido la mentira como “cualquier modo de sugestión o error”:
Hay mentiras positivas opuestas a mentiras negativas. Las mentiras positivas: invenciones de todas clases, ficción, simulación, adición, deformación, exageración. Las mentiras negativas: disimulación completa, negación, supresión de testimonios, omisión, mutilación, atenuación.
Junto a la verdadera mentira, alterandola con intención de equivocarla, se encuentran diversas categorías de pseudo mentiras que se escalonan a los varios grados de la persuasión y se aproximan más o menos al error:
Primero, la mentira infantil, que nosotros llamaremos mentira de juego o lúdica, producto natural de la imaginación de los niños en contacto perenne con la realidad sensible.
Segunda, la mentira negligente. Falso testimonio por negligencia, llamado por los alemanes (fahrlüssig falsches Zeugniss), que se produce generalmente en respuesta a una sugestión, y en la cual el testigo no se toma la molestia de separar lo verdadero de lo falso.
Tercera, la mentira pasional, en la que el testigo bajo la influencia de una pasión activa se deja llevar hasta la deformación de los hechos pero sin una conciencia clara de tal deformación.
Cuarta, la mentira ficticia o imaginativa, en la cual una imaginación cuyas riendas ha abandonado la razón, abulta los hechos bajo la forma de llamativos relatos, en los que el cuento se mezcla a la historia acentuadamente, hasta el punto de no poder distinguirlo de ella. Es un género muy meridional que Alphonse Daudet de ha inmortalizado en los tipos de Tartarín y de Bompard. Se trata de una falta en que los novelistas suelen caer como señaló el mismo Goethe.
Quinta, por último, hay un estadio patológico al cual puede elevarse este género de mentira, la mentira fabuladora, especialmente la que, desde Dupré, se ha llamado mitomanía y que con una seguridad sin escrúpulo inventa espontáneamente aventuras y acusaciones.
Esta sencilla enumeración de las formas intermedias de las alteraciones de la verdad basta para demostrar que el estudio de la mentira no podría ser separado completamente del del error propiamente dicho, en la crítica del testimonio, y que, en la parte de nuestro trabajo, que se refiere especialmente al error, no debemos dejar de lado y dar lugar a la mentira aunque solo sea en la utilidad que hay en distinguir uno de otra desde el punto de vista de la ley penal.
Extractos de La crítica del testimono. Francois Gorphe. 8ª edición.
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