Reflexión Destacado

19 Ago 2015
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BIOGRAFIA DE CONFUCIO.- “Cualquier tentativa seria de escribir una biografía verídica del mayor sabio de China, está condenada al fracaso. Pero, ¿acaso el propio Confucio no se tomó la molestia de redactar, de manera lapidaria, una suerte de autobiografía espiritual en seis frases, en la que cada una de ellas se corresponde rigurosamente con una etapa determinada de su evolución? (…). El pasaje (autobiográfico) ha sido traducido así por el jesuita S. Couvreur:
 
“A los quince años, me aplicaba al estudio de la sabiduría. A los treinta, marchaba con paso firme por el camino de la virtud. A los cuarenta, tenía la inteligencia perfectamente aclarada. A los cincuenta, conocía las leyes de la Providencia. A los sesenta, comprendía sin necesidad de reflexionar todo lo que oía mi oído. A los setenta, siguiendo los impulsos de mi corazón, no transgredía ninguna regla”.
 
Más próxima al original y más concisa, la versión de Anne Cheng…:
 
¡A los quince años, decidí aprender. A los treinta me consolidé en la Vía. A los cuarenta, no albergaba ninguna duda. A los cincuenta, conocía los decretos del Cielo. A los sesenta, poseía un discernimiento perfecto. A los setenta, actuaba en completa libertad sin por ello trasgredir ninguna regla”!.
 
Lo que nos proporciona Confucio bajo la apariencia de una vida de santo es ante todo el itinerario de todo ser humano (…). La sabiduría de Confucio no reside tanto en sus certidumbres como en la conciencia de sus límites. En el umbral de la muerte, el Maestro reconstruye la carrera de un individuo que esperó, luchó y qué contrariado por las circunstancias y vencido por la invalidez de la edad, se exige una explicación.
 
Podríamos traducir igualmente la autobiografía:
 
“A los quince años, tenía mi mente puesta en el estudio. A los treinta, era independiente. A los cuarenta, ya no dudaba. A los cincuenta, conocí mi suerte. A los sesenta, mis oídos se habían hecho a todo. A los setenta, daba rienda suelta a mis pasiones sin exceder jamás la medida”.
 
Imagen de: Taringa! - Inteligencia colectiva 
 
A los quince años es cuando se estudia pero también cuando se imita (…). De joven, Confucio era un alumno atento y estudioso a la escucha de los adultos más instruidos que él, como debe serlo toda persona bien educada. A los treinta años, habiendo adquirido una posición, es ya independiente, y puede juzgar por sí mismo sin el socorro del resto. De acuerdo con las prescripciones fisiológico-sociales que gobiernan las etapas de la vida, es a los treinta años cuando el hombre, en pleno vigor, funda, un hogar –edad estrictamente teórica que no posee más que un valor simbólico, por supuesto-, y puede crear una escuela en la que expresar sus puntos de vista personales. A los cuarenta años, en plena posesión de sus facultades físicas e intelectuales, decide con rapidez y seguridad; es la edad a la que el hombre de origen patricio debe tomar posesión de un cargo. A los cincuenta años, al borde del declive –las sienes comienzan a encanecerse, la vena yang[1] a agotarse en su parte superior-, es dispensando de faenas y trabajos que requieren fuerza física y se le permite apoyarse sobre un bastón en el interior de la casa; incluso si ocupa un alto cargo en la administración, el futuro se halla tras él; puede meditar ya sobre lo que ha sido su vida, pensar en lo que ha acertado y en lo que ha fallado, tiene una idea bastante precisa de la suerte que el Cielo le ha otorgado. En definitiva, para emplear una expresión vulgar, aunque bien clara, en esta edad se sabe que ‹‹la suerte está echada››. Si creemos en el propio Confucio, a los cuarenta años todo está ya decidido (…) oponiendo  los jóvenes, a quienes pertenece el futuro, a los hombres hechos cuyo pasado se sitúa tras ellos, pronuncia esta fórmula: Los jóvenes son temibles. Tienen el futuro delante de ellos para superarnos. Pero, ¿qué tendremos que temer de un hombre que se dirige a la cincuentena sin haberse forjado un nombre? 
 
 
Tomado del libro CONFUCIO de Jean Levi. Capítulo I "LO REAL IMAGINARIO O LA BIOGRAFÍA IMPOSIBLE". Páginas 28 a 31. Editorial TROTTA.
 
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[1] Yang es el principio masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración. 
Modificado por última vez en Miércoles, 19 Agosto 2015 12:24
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