POR OCTAVIO QUINTERO
Foto lascarcelesencolombia.blogspot.com
El sistema penitenciario en Colombia colapsó hace rato, y el presidente Santos sigue pensando que el asunto se resuelve con cambiar al director del Inpec.
La cárcel en cualquier lugar del mundo, es un suplicio; pero en Colombia, es un infierno donde el suplicio pasa a ser un juego de niños.
Un botón basta de muestra: la Modelo en Bogotá tiene capacidad para cerca de 3.000 presos, y la población recluida actualmente en esa penitenciaría, va por 8.000; y “el rancho ardiendo”, porque en el país de las paradojas –Colombia- las cárceles están atestadas de delincuentes comunes y silvestres, mientras los grandes asesinos y multimillonarios ladrones andan sueltos celebrando contratos y dirigiendo los destinos del país desde los altos cargos ejecutivos del sector público y privado.
El hacinamiento es evidente en todos los 142 centros penales de nivel nacional, y también en los sitios de reclusión alternos que funcionan en los municipios y algunas instituciones como la Policía Nacional y el Ejército… Estamos al borde de un colapso sin precedentes en el mundo civilizado. Cuando se informe que en Colombia ya no hay donde más meter a los delincuentes, la gran noticia será que aquí todos somos unos hampones… Y eso no es cierto, aunque se presenten con frecuencia casos tristemente célebres como el asalto que, precisamente, buscando remediar la situación a través de una reforma a la Justicia, le iban a meter a mansalva y sobre seguros los congresistas, el gobierno y las cortes, todos a una “como en Fuente Ovejuna” a la Constitución.
La población total carcelaria de Colombia debe estar actualmente por el orden de 120.000 presos, y la capacidad de los centros penales y sitios de reclusión transitoria, medida en términos humanitarios, no llega a 50.000. Sobre una población de más de 46 millones, esto es apenas un cuarto de punto porcentual ( 0.26%) que no debiera alarmar a nadie, salvo que, como en nuestro caso, hayamos llegado a la increíble situación de no haber previsto un crecimiento adecuado de la infraestructura penal, acorde con el crecimiento poblacional y, sobre todo, con los índices delincuencias.
Y es aquí donde queremos aterrizar este globo: como seguimos creyendo que la fuerza es la solución de todos nuestros conflictos sociales, hemos dado en elevar a delito penal una gran cantidad de contravenciones, como esa del raponazo a un celular, o más patéticamente, el robo de un cubo de caldo de gallina Knorr en un supermercado.
Para resumir: tenemos por dentro de las cárceles a los delincuentes menores, mientras los mayores –asesinos calificados, narcotraficantes, paramilitares, corruptos de todas las pelambres y estafadores de todas modalidades- que estos sí, no son muchos pero que le hacen un gran daño a la sociedad, “andan como Pedro por su casa”…
Dos acciones, una urgente y otra de largo plazo, en orden a resolver este grave problema, serían conducentes: 1). Aumentar rápidamente la infraestructura carcelaria y, 2). Aplicar bien ese machacado dicho de que “es mejor educar al niño para no tener que castigar al hombre”.