Con la presencia de 140 países en Londres, se adelanta la Cumbre Mundial para Prevenir la Violencia Sexual contra la mujer en zonas de conflicto.
Hace parte de la Cumbre, la actriz Angelina Jolie –embajadora especial- que aunque no ha sido víctima, ha logrado con su presencia visualizar un drama invisible para la sociedad.
Su cara linda mezclada con la cara de dolor de muchas víctimas presentes, hace que la tragedia adquiera -en alguna medida- la relevancia mediática y el interés que debería tener por su extrema gravedad para la humanidad.
Hechos tan tristes como el reciente secuestro de 200 niñas en Nigeria por el grupo terrorista islamista Boko Haram; la historia de Angela Lakor Atim secuestrada con tan solo 14 años por el grupo miliciano del Ejército de Resistencia del Señor en Sudán y obligada durante 8 años –logró huir- a convertirse en esclava sexual del grupo “cristiano; las estadísticas que reflejan que tan solo en la República Democrática del Congo 36 mujeres y niñas son violadas diariamente y miles y miles de historias hacen parte de la cumbre.
Se trata de la violencia contra la mujer, la garante -por naturaleza- de preservar la especie humana y por lo tanto la responsable de la conservación en el planeta de la supervivencia social.
Pero ¿Cómo un ser tan valioso para la humanidad no deja de ser objeto pasivo de tan aberrantes prácticas? El secuestro y la violación de la mujer es un arma de guerra, de táctica estratégica, de política y de poder utilizada indiscriminadamente en los conflictos de todos los tiempos. Es un arma de terror y sometimiento que traumatiza a las víctimas y logra que clanes y grupos étnicos desaparezcan, precisamente porque en la mujer radica la supervivencia de la especie.
Las víctimas deben obtener ayuda psicológica y económica, porque para empeorar su situación, las niñas y mujeres víctimas del conflicto son despreciadas por sus pueblos y rotuladas a su regreso –si es que regresan- como “las niñas de los rebeldes”. Igual o peor suerte corren los hijos nacidos como producto de tan horrenda esclavitud y tienen hijos porque el plan de los secuestradores como lo fue en el pasado es violarlas sistemáticamente para obligarlas a concebir, con el objetivo de fortalecer una “nueva generación” de su clan.
Angela Lakor Atim, presente en la cumbre ha dicho: “Nuestra vida no puede seguir adelante si los responsables permanecen libres y repitiendo sus acciones”. Recordando su historia señaló “Cuando fui secuestrada era virgen, nunca podré olvidar la primera vez que fui usada, violada, por un hombre mucho mayor”.
Por Colombia, ha hecho presencia la periodista Jineth Bedoya quien como ya sabemos fue secuestrada, torturada y violada en el año 2000, por tres paramilitares. Jineth Bedoya es en la actualidad símbolo de las víctimas del conflicto armado en Colombia.
En la cumbre se busca mayor visibilidad del drama; compromiso internacional para que se persiga a los perpetradores y se garantice asistencia y apoyo a largo plazo para las víctimas, la mayoría --aunque no únicamente- mujeres y niñas; activación del primer protocolo internacional que recogerá medidas concretas de prevención y acción; y, lo más importante, busca cambiar la actitud social y mundial frente a unos crímenes que son reconocidos como de lesa humanidad y que siéndolo no se persiguen y son vistos como la consecuencia obvia del conflicto y por lo tanto de alguna forma aceptados y tolerados.
La cumbre pretende justicia universal para crímenes que son -sin lugar a dudas- de lesa humanidad y no podría ser de otra forma porque la mujer es la que le da la vida y logra por lo tanto la supervivencia de la sociedad.
