He leído todos y cada uno de los documentos conocidos de los coloquios de La Habana. Muchos bostezos y no poco tedio, la verdad. Conclusión simple: el Gobierno, en cabeza de un delfín de la vieja elite que nos metió en esta guerrita, juega a la clásica cooptación: ¡que los matachines se desahoguen, ablandarlos con vida burguesa, ofrecerles alguna opción gananciosa y listo… Muy pronto pasarán de asesinos a corruptos.
Paralelamente mantener a raya a los opositores al proceso: usar el Congreso, la justicia, la gran prensa y el dinero del Estado. ¿Y los militares? Debilitarlos. Desmotivarlos, confundirlos con inocuos mensajes diseñados por algún publicista descontextualizado que no distingue entre un milico y un militar colombiano: grave error de una repetitiva estrategia de clanes en donde el poder ha sido coto de caza familiar desde 1812 y el pueblo ha sido mirado como gaminería.
Los farianos, por su lado, no cejan en el proyecto estaliniano de una Nueva Colombia, tipo Venezuela, mientras continúan asesinando para chantajearnos y obligarnos a su tipo de paz. Pero ya no asustan y cada día generan más antipatía, rayando en odio. El Gobierno escogió para su reelección un socio detestado. En "La marcha de la locura o la tontera: de Troya a Vietnam", la historiadora Bárbara W. Tuchman (FCE, 1989) repasa casos históricos en los que gobernantes han actuado de forma contraproducente a los intereses del país que dirigían. Parece que el actual es uno de esos casos en donde "la insistencia en medidas fallidas multiplica los daños, tornándose en práctica autodestructiva". Mientras el Presidente-candidato y su opositor le apuestan a la paz, el jefazo de las farc aclara que Santos y Zuluaga son la guerra.
Los grecoquimbayas De la Calle y Timochenko enredan la pita, Mora sale al quite a pesar del sibilino Jaramillo y otro caldense promete darle nitidez y certidumbre a un proceso macilento en el tiempo y en los argumentos.
Así las cosas, votaré por la paz, definitivamente, pero por una paz en términos y cauces institucionales y encuadrada dentro de un Estado de derecho serio, sin impunidad, sin vodevil. Y como no tenemos armas, amigos míos, debemos aplastar con nuestros votos las malsanas intenciones de los barbudo-talibanes criollos mientras apoyamos a nuestros soldados, que aunque desmotivados, siguen ofrendando su sangre para que podamos ejercer el derecho a escoger. Y sin miedo, que si los terroristas se levantan de la mesa, peor para ellos. El país no colapsará y habrá oportunidad de terminar la tarea que, por una concepción virreinal equivocada, quedó a medio concluir.
Recordemos a José Acevedo y Gómez la tarde del 20 de julio de 1810: "…si dejáis escapar esta ocasión única…."
John Marulanda
Consultor Internacional en Seguridad y Defensa
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