Minimizada por los medios pero ampliamente difundida por las redes sociales, la carta suscrita por 13 coroneles de la Fuerza Pública y dirigida a los generales Mora, Naranjo y Flores, es un documento de valor político histórico.
Alertan los coroneles sobre aviesas estrategias comunistas camufladas entre la fraseología confusa y fatigante de los acuerdos de La Habana. Advierten de qué manera los agentes de las farc, miembros del nuevo partido que planean formar los terroristas, utilizando reconocidas y efectivas técnicas de penetración del G2 cubano, podrán intervenir en la Inteligencia del Estado, “purgar” las hojas de vida de los empleados públicos, reacomodar las empresas de vigilancia y seguridad privada a su gusto estaliniano, someter a nuestros policías a rigurosos controles mientras sus matones, ahora con las armas del Estado, no son revisados y crear cuerpos de seguridad territorial que no rendirán cuentas a ninguna institución del Estado.
Además, jamás sabremos de dónde vinieron sus armas ¿de Venezuela, Nicaragua, Ecuador?, ni qué “fierros” van a entregar. No es de poca monta lo que en estos acuerdos logran las farc dentro de un proyecto de control de los mecanismos de seguridad del Estado para llegar al sueño dorado comunista: el Estado totalitario, igualitario y feliz, como en Venezuela.
No puede ser que, como proclaman contradictoriamente algunos ingenuos o avivatos, la paz deba sacrificar inclusive la justicia, sino que hasta por la palomita de la paz que nos han hecho pintar desde de los setenta, el gobierno de turno esté dispuesto a ofrendar también nuestra libertad.
Ironías de la dirigencia política actual, que en tanto se da relumbrón con la realeza europea y reclama oropeles nórdicos, abre la puerta para que unos lobos disfrazados de ovejas, balen y puedan empezar su proyecto dictatorial con pie firme, bajo la tutoría castrista.
La geriátrica nomenklatura fariana se está desmoronando estrepitosamente por su raíz, como lo acusa el sargento PASCUAS, triste ejemplo del ocaso del arcaico sesentón jefe guerrillero. Los cabecillas más astutos, felones de sus ahora desorientadas bases, residen en La Habana, chupando cigarro al mejor estilo cubano y cantando loas al Comandante Eterno Chávez, mientras pasean en catamarán y se regocijan anticipando un tranquilo, adinerado e injusto retiro con nostalgia de poder.
Mientras esto sucede, los del NO esperamos, muy desconfiados, un nuevo acuerdo y los coroneles siguen a la expectativa, respetuosamente, de una respuesta de los generales.
Por temor, cooptación, desinterés o la arrogancia propia del rango, ninguno de los generales a quienes se les dirigió ha respondido la Carta de los Coroneles, dejando en el ambiente un aire a irresponsabilidad que los cobija como negociadores que representaron la institucionalidad de la Seguridad Pública y la Defensa Nacional de un Estado de Derecho.