Entonces, jóvenes frustrados, indígenas hastiados y empleados desesperanzados, se convierten en circunstanciales lanzabombas, tirapiedras y garroteros contra policías que intentan recobrar la cansina cotidianidad. Estos intoxicados vándalos están en el centro del arrebato político actual que parece implicar la violencia como elemento necesario. América Latina origina cerca del 40% de los homicidios del mundo, con solo un 8% de la población global y es el continente mas peligroso del orbe, resultado de endémica corrupción, asombrosa impunidad e ineficaces gobernanzas de derecha, de izquierda y del centro. Los reacomodos políticos de ahora, arriesgan ampliar esa grieta fatal, combinando la fiebre contagiosa de las protestas masivas propalada a través de las redes que conectan emocionalmente a Barcelona, París, Hong Kong y Santiago, con un plan bien diseñado que coordina las acciones de Quito y Bogotá, al impulso de Caracas, sin duda alguna.
Sin embargo, en la supuesta retoma del mando por parte de la izquierda política en Argentina y Colombia, los nuevos inquilinos del poder han hecho declaraciones conservadoras. Los radicalismos unipartidistas parecen ceder a un entendimiento multisectorial que reduzca los riesgos de confrontación.
Los disturbios urbanos continuarán. La violencia callejera, siempre activada y manejada por agentes guiados por ideología o excitados por la adrenalínica anarquía de Bakunin, exige de los gobiernos actuales gran prudencia y discrecionalidad policial, sin renunciar a la obligación de garantizar seguridad a la mayoría ciudadana que filma con sus celulares los detalles de las garroteras y los distribuye al mundo. Los voceros progres y los recién elegidos gobernantes, también necesitan sensatez pues pueden encender una llamita que incinere la pradera entera, culpa que llevarán a cuestas desde el momento de su posesión. Una izquierda radical como las farc, puede conducirnos a una desgastadora guerra de muy baja intensidad que termine por arrumarnos al basurero de la Venezuela chavista.