Prevalidos de dudosas excepcionalidades constitucionales, los reyezuelos tribales remachan letanías zurdas con la autosuficiencia e inexorabilidad del enajenado que vive desconectado de las presentes complejidades y con sus etnias debilitadas por el racionalismo y la tecnología, recelan de cualquier cosa ajena a su crepuscular entorno. Hipócritas organizaciones y personajes europeos que posan de humanistas protectores de aborígenes, también responsabilizan al Estado y al Ejército de la masacre mientras esnifean cocaína sin ningún reato.
Los acuerdos habaneros legalizaron las Guardias indígenas, organizaciones paramilitares con niños de 8 años disciplinados en fila y adoctrinados en que el rojo de sus pañoletas significa “la sangre que han derramado algunos indígenas con la policía…”. Esta fuerza de seguridad que suplanta a la oficial, cree poder enfrentar los Ak de las narco farceln con garrotes, mientras repudian las armas legales y legitimas del Estado, su enemigo ancestral. La supuesta inviolabilidad de sus territorios es un buen deseo de su cotidiana irrealidad, una oportunidad para el Crimen Organizado Transnacional y un impedimento para el Gobierno, temeroso de onegés, figurones y oportunistas de izquierda.
Nuestros indígenas caucanos por desconocimiento, bobería o malintención, tendrán que rendirse ante la fatal paz de una millonaria narco republiqueta o serán diezmados por la violencia, a menos que acepten de buen agrado, coordinadamente, la presencia del Ejercito bicentenario y de la policía del gobierno “mestizo”. Lo peor sería que decidieran armarse.
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