La rebelión sistemática de más de una docena de centros penitenciarios importantes el pasado fin de semana, ejemplifica un muy serio problema de orden público que se añadirá a la calamidad viral en desarrollo. Ese conato de motín generalizado tiene detrás, sin duda, organizaciones criminales con capacidad para corromper carceleros, suministrar medios de comunicación y sobre todo, suplir armas de fuego. Narco organizaciones como las farc, por ejemplo. O el eln en conjunto con algún cartel nacional o extranjero, todos buscando desestabilizar a un gobierno metido de lleno en el manejo de la crisis pandémica. Nuevos amotinamientos carcelarios pueden generar una espiral de violencia que enlace prisioneros, sectores populares, incluyendo venezolanos desplazados e intereses narco anarquistas.
Ante la inminente probabilidad del empleo de armas letales, siempre habrá el funcionario ingenuo o perverso, que pedirá que el Ejercito apoye, pero sin armamento para “evitar derramamiento inútil de sangre”, como reza el manual de la estupidez política latinoamericana. Si se compra esta tontería y mueren uniformados, no pasará nada. Los soldados no le duelen a ningún político especialmente si es de izquierda, o de la Comisión de la Verdad o de la JEP. Si cae algún ciudadano, el Ejército será condenado indefectiblemente.
Históricamente, la violencia siempre ha estado a flor de piel en los desastres, especialmente cuando escasean los alimentos y aumentan los rumores, ahora amplificados por las redes sociales con fake news que incitan al desespero y que forman parte de la pólvora que se huele en el aire. Un permanente flujo de información seria y un empleo dosificado del instrumento militar, serán claves en estos momentos. Y la preocupación de los Comandantes militares será la de preservar la integridad y salud de sus Unidades.
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