Está de moda el término plagio. Para algunos penalistas, plagio es sinónimo de secuestro, y por eso se habla de plagio con rescate y plagio sin rescate. Sin embargo, la otra acepción de esta palabra sería ni más ni menos que copietas. En el diccionario de esta columna lo definiríamos como quien copia lo que otro hace sin darle crédito a este; en síntesis: copietas.
Entonces, ante el escándalo que se ha armado con la copialina de la señora Jennifer Arias y su socia Largo –personaje que parece extraído de “los locos Adams”– es obvio, y para tranquilidad de ellas, que debemos recordar que el término plagiario se ha dado también a personajes como Lope de Vega, quien se dice que fue posiblemente el autor del denominado Quijote apócrifo. El mismo que otros le adjudican a Jerónimo de Pasamonte; y no falta el chismoso que diga que Fernández de Avellaneda era ni más ni menos que Fernando de Rojas, autor de La Celestina.
Ingenio les hizo falta a quienes descubrieron el plagio de Arias & Largo, pues hicieron famosas a las plagiarias, cuando la venganza debió ser como se la ingenió Miguel de Cervantes al nunca querer revelar el nombre de quien efectivamente publicó la segunda parte apócrifa de El Quijote. Él dejó la duda, sembró la sospecha y salpicó a ese monstruo de la literatura que fue Lope de Vega; a Jerónimo de Pasamonte lo menciona en la segunda parte de El Quijote, ridiculizándolo, más no dando su nombre. Es decir, el ingenioso Cervantes fue más ingenioso que el mismo hidalgo, pues a quien lo copió no le hizo famoso pudiendo haberlo hecho, pues nadie puede afirmar con certeza quién fue el autor del Quijote apócrifo.
Jugando a Mefistófeles, qué bueno sería haber dicho algo más o menos así: “Altos personajes de la política copian una tesis, se dice que con ayuda de algunos profesores. La universidad hace la investigación, pero las sospechas recaen sobre muchos parlamentarios que han copiado sus trabajos de grado.” ¿Se imaginan el escándalo en el que estaríamos? De pronto, hasta otros ‘autores’ hubiesen confesado lo que ignorábamos.
Pero Jennifer, no te preocupes, tú dices que no plagiaste. Los defensores de Lope de Vega lo siguen defendiendo; los de Fernando de Rojas igual papel suman. Dicen que es él quien escribió La Celestina, pero que no era ningún celestino, y mucho menos un copietas. Y el señor de Pasamonte no pasó del segundo capítulo del Quijote. Lo que ha inmortalizado a Jennifer es la copialina y no la política; sin embargo, la intriga hubiese sido más divertida si algo de misterio incluyera. A quien la sapeó, le sugerimos que en el futuro sea más ingenioso para gusto y juicio de los lectores amarillistas.
Sugerimos a quien va a copiar que lo haga bien y que, si tiene un asesor de tenis o de tesis, que la asesore en hacer bien su trabajo de grado y no la copialina. Pero como con la lectura se aprende de todo y para todo, peguemos el brinco y vamos a lo que es noticia fruto de la imaginación de alguien que se quiere hacer famoso persiguiendo periodistas…
Resulta que en un proyecto de ley anticorrupción –salido del caletre de algún gobiernista corrupto– se quiere ahora legislar contra la libertad de expresión; es así como el representante de los Char en el Congreso –el señor César Lorduy (@clorduy)– termina metiéndole a ese proyecto ‘anticorrupción’ un atentando contra la garantía del ejercicio de la libertad de prensa. La Asociación de Medios de Comunicación y la Asociación de Medios de Información se van como El Quijote –lanza en ristre– contra el autor de este engendro, diciéndole a Lorduy –en otros términos, claro está– que no sea lambón; pues una de las labores del periodista es precisamente destapar aquello que, envuelto en perfume, trata de disimular el corrupto del gobierno de turno.
Así entonces tendremos mordaza en la boca –o puntilla en los dedos, quienes usamos el computador– para no contar lo que sabemos por temor a que la larga mano de las supertiendas, encarnada en el señor Lorduy, nos haga ‘clavar’ penas hasta de 120 meses –o sea, 10 años de prisión– si no llegamos a probar que este o aquel funcionario o exfuncionario fue un pícaro. La única prueba para ello será una sentencia condenatoria, que como es bien sabido, el 95 % de los delitos en Colombia se queda en la impunidad, y en materia de corrupción, esa cifra asciende al 98 %. Será este un buen manto para que no nos atrevamos a averiguar lo que hacen ciertos funcionarios habida cuenta que saldrán inmaculados como la Virgen María, sin romperse ni mancharse.
La pena iría de 60 a 120 meses y una multa la hijuemíchica, de tal manera que si esto –gracias a la lambonería de Lorduy– se aprueba, le habrán puesto una cremallera o cortado los dedos, si es que es un escrito, al periodismo de investigación.
A los que escribimos tomando el pelo nos queda que nuestro ánimo no era injuriandi sino jocandi, o sea, que estamos tomando el pelo, pero no en serio.
Como para que el delito de injuria se pueda probar hay que demostrar el ánimo de injuriar, tomaremos del pelo a la lagartería gubernamental del señor Lorduy antes que no se pueda decir ni pío hasta que no exista una sentencia condenatoria debidamente ejecutoriada. En Colombia estamos hablando de algo así como 20 años después de haberse cometido el ilícito, cuando ya a nadie le importe cómo se robaron el país.
Creemos que a la casa Char le va mejor con los goles del Junior y el Carnaval de Barranquilla que con la propuesta de maltratar a los comunicadores, salida de la cabeza del chirriado Lorduy. Al unísono los periodistas le mandan a decir al señor Representante que los deje hacer su labor ya de por sí peligrosa en este país, para así investigar las vagabunderías que los servidores públicos que con el beneplácito de algunos políticos terminan haciendo.
¿Será que les picó mucho el debate contra Karen Abudinen inmortalizada con el verbo abudinear que patentó Katherine Miranda (@MirandaBogota)?
–Otra perlita– Como todo lo que llega a este país a cambiar las cosas se convierte en colchón de púas, es bueno recordar a la gran mayoría de los ciudadanos que manejamos vehículos que de ahora en adelante nos tocará someternos al escarnio y la tortura de ir a renovar la licencia de conducción, o pase, como le decimos coloquialmente, cada año. El engorroso trámite –aún más tortuoso para los ciudadanos de cierta edad para arriba– será anual, pues la vigencia de esa tarjetica será solo de 365 días.
–Para ir finalizando– Un titular de prensa del fin de semana dice que el número de patentes de invención en Colombia se redujo 35.3 %, es decir que, salvo chismes, nada más inventamos los colombianos. En lo que sí algunos son muy ingeniosos es en la manera de calumniar a la oposición con calificativos como castro-chavistas, mamertos, y ahora, dizque neocomunistas.
Estos inventos surgen, no de un caballero andante, sino de un expresidente que acuña toda clase de maldades idiomáticas pensadas para tirarse a Gustavo Petro (@petrogustavo) y a todo aquel que no se arrodilla ante el poder suyo y de sus seguidores. En marzo, veremos cómo el ingenio calumniador del Centro Democrático habrá acabado con el buen nombre de quien intente oponerse a los designios del emperador y sus áulicos.
–Para destacar– Un aplauso merece la columnista Lucy Nieto de Samper por su artículo en el que pone en su lugar al general (R) Mora Rangel, quien reculó y terminó hablando mal de aquello que él ayudó a preparar. Doña Lucy titula: “arrepentido el general da un paso atrás” y termina resumiendo el papelón de Mora y su retractación así: “y a un general del Ejército lo único que no se le puede aceptar es que sea desleal y que actúe como un cobarde”. Ya habíamos dicho en nuestra anterior columna que era mucho más importante el valor civil que el honor militar.
Si quienes no merecen los honores tuvieran, ahí sí, el honor de devolverlos, cuántas Cruces de Boyacá y Medallas de Servicios Distinguidos reposarían en los baúles de inservibles de aquellos que gustan regalar medallitas, al igual que las estampitas obsequiadas por los curas en los pueblitos cuando hay procesión.
¡Cojamos oficio y preparémonos para las elecciones!
–Y una última perlita– Pasando por uno de nuestros tantísimos peajes, un pequeño pariente nos dijo: “¿por qué no ponemos nosotros un peaje para llenarnos de plata?” Nuestra respuesta fue inmediata: “¡Eso no es posible, porque ese negocio es exclusivo Luís Carlos Sarmiento! Y lo que él explota es intocable”. Y es que aterrados quedamos cuando, de paseo por Guateque (Boyacá), encontramos que en una ridícula vía de tan solo 30 kilómetros de extensión, de la vía central al pueblo, hay un peaje de $13.900 –tanto de ida, como de regreso–. Eso es una vagamundería para una carreterita de solo un carril partida en dos por una raya amarilla; y como la raya amarilla indica que no se puede adelantar, quiere esto decir que usted no podrá sobrepasar ni siquiera a la tortuga, en caso de ser usted la liebre. Quien ideó este peaje solo merece el título de… ¡VAGABUNDO!
En últimas, la propuesta del niño es válida. ¡Montemos un peaje para llenarnos de plata! Así sea cobrando por ir de la sala al baño.
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