Los acontecimientos de los últimos días, en especial los que tuvieron lugar a raíz de las declaraciones –calificadas como explosivas- del Ministro del Interior y Justicia, con la posterior desautorización por parte del Presidente Uribe y la airada –y no menos explosiva e imprudente- intervención pública del Presidente venezolano Hugo Chávez, muestran una vez más los efectos negativos que tiene la incoherencia de los gobiernos en la conducción de asuntos muy delicados como las relaciones internacionales, y también –en el ámbito interno- la falta de coordinación que exhibe hoy el Ejecutivo colombiano, la cual, por supuesto, no es exclusiva del actual Gobierno, pues ya la habíamos observado también durante la administración Pastrana.
Desde el punto de vista constitucional, no puede olvidarse que el Gobierno Nacional está conformado, según las voces del artículo 115 de la Carta, por el Presidente de la República, los ministros del despacho y los directores de departamentos administrativos, y en cada negocio particular por el Presidente y el ministro o director del departamento administrativo correspondiente. Tampoco debe perderse de vista que, al tenor del artículo 208 de la Constitución, los ministros y los directores de departamentos administrativos actúan “bajo la dirección del Presidente de la República” y han de formular las políticas atinentes a sus despachos, dirigir la actividad administrativa que les atañe y ejecutar la ley.
El Presidente de la República simboliza, según dice la Constitución (Art. 188), la unidad nacional, y obviamente también debe representar el eje indispensable para la unidad del Gobierno.
El Gobierno, que constituye uno de los componentes primordiales del desempeño y la responsabilidad que atañen al Presidente, es un equipo que colabora con él para dirigir, mediante acción armónica, las distintas áreas objeto de la gestión encomendada por el pueblo al gobernante, y en cuanto tal le es indispensable la coordinación de las políticas que fija. Por eso, el Ejecutivo requiere la adecuada unidad de sus integrantes, bajo la conducción del Presidente.
De otro lado, cada ministro tiene un área debidamente señalada a su cartera, motivo por el cual, sin perjuicio del trabajo conjunto en materias mixtas, no es benéfica la intromisión de unos en los asuntos de otros, especialmente en asuntos de especial sensibilidad, como los que motivan el presente comentario.
En ese aspecto, como lo acaba de decir el propio Gobierno, lo natural es que las relaciones exteriores del país las manejen el Jefe del Estado y su Canciller, y que ello se haga dentro de los canales diplomáticos de rigor, bajo criterios unificados, lo que excluye que ministros ajenos a esa responsabilidad desencajen la política exterior del Gobierno a través de los medios de comunicación y de manera emocional y agresiva.
Bien podría decirse, a manera de símil, que el Gobierno es como una orquesta, cada uno de cuyos miembros está encargado de un instrumento y debe responder por los sonidos que emite, pero éstos deben, a la vez, armonizarse entre sí para que el conjunto cumpla su cometido musical. De allí la importancia del director y de su función conductora.
Obviamente, como en la orquesta, en el Gobierno, para evitar los daños que la descoordinación causa, es indispensable que el director asuma el papel de coordinador que, de suyo, le corresponde. De lo contrario, lo que se espera es el fracaso de la ejecución musical o de la gestión gubernamental.