Ocho años compartí como Magistrado con el doctor Vladimiro Naranjo Mesa, lamentablemente desaparecido en los últimos meses del año que termina.
Varios años antes, en nuestro carácter de profesores universitarios de la misma área, tuvimos ocasión de controvertir sobre la rama del Derecho que nos era común -el Constitucional-, unas veces para estar de acuerdo y otras para sentar posiciones divergentes, y en toda ocasión, encontré en él al intelectual por excelencia y a la persona comprometida con unos valores de los cuales jamás se separaba.
Si algo lo caracterizó siempre fue la defensa -incluso beligerante- de sus convicciones y la fuerza argumental que empleaba para sostenerlas, tanto en la cátedra como en el foro público; en la magistratura y en la conversación personal.
Formado en jurisprudencia en el claustro del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en donde -como en la Javeriana- compartimos cátedra, y especializado en París, dedicó buena parte de su prolija actividad intelectual a la elaboración de una obra, fruto de su incansable investigación en el Derecho colombiano y en el comparado, de cuyos benéficos efectos académicos pueden dar fe ya varias generaciones de juristas,: “Teoría Constitucional e Instituciones Políticas”.
Del doctor Naranjo me separé, dentro de un mutuo respeto, en lo relativo a las providencias que hubo de dictar la Corte Constitucional durante los años 98, 99 y 2000 en materias económicas, pues su concepción al respecto estaba más del lado de los críticos que de la nuestra, pero con él tuvimos oportunidad de coincidir muchas veces, especialmente en lo relativo al concepto de moral social; al alcance relativo de derechos como el libre desarrollo de la personalidad; y a la necesidad de evitar interpretaciones arbitrarias de las normas superiores. Es conocida nuestra opinión coincidente en casos como el de la extradición y la intangibilidad de los tratados internacionales; la despenalización del consumo de drogas, el aborto o la eutanasia, en todos los cuales suscribimos salvamentos de voto que estimularon el debate y cuyos argumentos tienen por denominador común la defensa de unos principios mínimos de los cuales la sociedad no debe apartarse.
Paz en la tumba de Vladimiro Naranjo.