DERECHOS DE LA MUJER: El Presidente de Uruguay, José Mujica, defiende públicamente los derechos de la mujer, a propósito de una denuncia publicada en el diario “El Observador” según la cual, al interior de las familias sirias acogidas por Uruguay como refugiadas, se vienen presentando hechos de violencia de género. José Mujica dejó claro que en su país nadie puede “agarrar a la mujer a las piñas (léase golpes)”.
Para la esposa de Mujica, la senadora Lucía Topolanski, se trata de “familias con un potencial masculino muy fuerte y la mujer se siente muy desamparada”. Mujica fue claro: “Sean sirios, japoneses, mongoles o angoleños, acá no se puede agarrar a la mujer a las piñas. Esto hay que entenderlo y es una cultura que tenemos que desterrar”.
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No obstante, también reconoció que si bien bajo su gobierno estarán atentos a problemas domésticos originados en conductas reprochables encabezadas por extranjeros, del mismo modo se están presentando por cuenta de ciudadanos uruguayos, graves violaciones contra la mujer si tenemos en cuenta que en lo corrido del año 2015 han muerto 9 mujeres como consecuencia del maltrato y la violencia de género: “Vamos a ponernos las manos en el pecho. Todavía en nuestra sociedad hay varoncitos que les pegan a las mujeres (…) no miremos para otro lado, vemos el borrón eventualmente en una familia siria y no la vemos en la nuestra”.
Y, es que según informa la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en Uruguay, el 45% de las mujeres han sido víctimas de violencia por parte de su pareja. Así las cosas, en la práctica, a las mujeres sirias –sin tener en cuenta la legislación que las desprotege en todo sentido- les da igual vivir en la guerra civil bajo la república islámica que vivir en Suramérica donde la violencia de género es alarmante.
Lo que separa a las mujeres sirias de las latinoamericanas, no es la cantidad de violencia que por estadística podría ser tan grave en Siria como en Latinoamérica, sino las leyes, que en su país, están orientadas a discriminar y excluir a la mujer de la sociedad.
Por citar algunos ejemplos, en Siria se continúa aplicando el atenuante para quien siendo hombre terminé matando a su mujer por “honor”; no está permitido al hombre casarse con una mujer a la que haya repudiado tres veces sucesivas, salvo después de haber finalizado su período de continencia sexual de un matrimonio efectivo y legalmente consumado con otro esposo. El matrimonio de la repudiada con otro, hace desaparecer el efecto de los repudios de su anterior esposo, aunque sean menos de tres, y si vuelve a casarse con él, éste posee sobre ella tres nuevos repudios; “el hombre goza de plena capacidad para repudiar a la mujer a partir de los 18 años cumplidos; “la madre no puede viajar con su hijo durante la vida conyugal, salvo con autorización de su padre”; el tutor de la mujer como persona en grado prohibido para el matrimonio puede llevarla a su casa si ella es menor de cuarenta años, aunque no sea virgen y, si ella se rebela, el tutor no tiene que mantenerla.
Y el repudio al que son sometidas socialmente las mujeres sirias en caso de ser violadas es tan profundo que según Human Right Watch “Tras sufrir estas vejaciones pocas son las mujeres que lo relatan públicamente, ya que temen ser marginadas por su entorno, especialmente por sus maridos. Incluso, cuando quieren buscar ayuda, los sobrevivientes de una agresión sexual tienen acceso limitado a tratamiento médico o psicológicos”.
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La periodista española Rosa Regas cuenta en su blog “Mujeres” del diario El Mundo como fue recibida amablemente por parte de una familia tradicional siria: “A ninguna de las mujeres se le permitía permanecer con nosotros a tomar el café de bienvenida. Y cuando se acercaban a la tienda principal donde estábamos sentados en colchonetas de vivos colores que ellas mismas habían cosido, era sólo para ofrecernos frutas, cordero, legumbres y dulces amasados y azucarados por ellas. (...) Yo era una mujer a la que no comprendían pero aceptaban con entusiasmo porque eran de natural hospitalario y porque yo venía de otro mundo, de un paraíso, creían ellas, que nunca les sería dado visitar. Así había sido la vida de sus madres y abuelas y así sería la suya hasta el fin de sus días”.