Opinión Online: La ciudadanía: ¿Un regalo, una opción o un premio?. Cesar Beltrán.

Un tema que ha desatado observaciones positivas y negativas es aquello de la ciudadanía, que además de dar a los elegidos muchos “privilegios” del País de acogida, se manifiesta, para muchos partidos políticos, en la posibilidad de votar. Tiempo atrás ningún pueblo había considerado como miembros del estado a aquellos individuos que vivían o nacían en lugares diferentes a su territorio, hoy en día esta idea ha iniciado a cambiar por consecuencia del mundo globalizado donde vivimos. Podemos decir que hay dos grandes grupos: los extranjeros y quienes no han alcanzado la edad prescrita por la ley para ejercer los derechos de ciudadanía; y los que se componen de los hombres que han cumplido dicha edad y nacidos en el País. Existe, pues, un principio según el cual entre los individuos que viven en un territorio hay unos que son miembros del Estado y otros que no lo son.
 
Según este principio, para ser miembro de un estado hay que poseer cierto grado de raciocinio y un interés común con los demás miembros del País. Se supone que los menores de cierta edad legal no poseen ese grado de raciocinio; se estima igualmente que los extranjeros no se guían por ese interés. La prueba es que los primeros, al cumplir la edad legal, se convierten en miembros de la asociación política, y los segundos alcanzan la ciudadanía mediante su residencia, sus propiedades o sus relaciones. Se supone que tales hechos dan, a los unos, raciocinio; a los otros, el interés requerido.
 
Pero ese principio necesita una ampliación adicional. En nuestras sociedades actuales, el nacimiento en el País y la madurez de edad no bastan para conferir a los hombres las cualidades requeridas por el ejercicio de los derechos de ciudadanía. Aquellos a quienes la indigencia mantiene en una perpetua dependencia y condena a trabajos diarios no poseen mayor ilustración que los niños acerca de los asuntos públicos, ni tienen mayor interés que los extranjeros en una prosperidad nacional cuyos beneficios solo participan indirectamente.
 
No quiero cometer ninguna injusticia con la clase trabajadora. Es tan patriota como cualquiera de las restantes y, a menudo, realiza los más heroicos sacrificios, siendo su abnegación tanto más de admirar cuanto que no se ve recompensada por la fortuna ni por la gloria. Pero una cosa es, a mi juicio, el patriotismo por el que se está presto a morir por su País, y otra distinta el patriotismo por el que se cuidan los propios intereses. Es preciso, pues, además del nacimiento y la edad legal, un tercer requisito: el tiempo libre indispensable para ilustrarse y llegar a poseer rectitud de juicio, un aspecto que muchos Países hoy en día no realizan. Solo el conocimiento asegura el “ocio” necesario, solo eso capacita al hombre para el ejercicio de los derechos políticos.
 
Se podría decir que el mercado actual de la sociedad, mezclando y confundiendo a ciudadanos y a no ciudadanos, atribuye a una porción de estos los mismos intereses e iguales posibilidades que a los primeros; que el extranjero que trabaja tiene tantas necesidad de reposo y de seguridad como el ciudadano; y que a todos beneficia que el orden y la paz fomenten el desarrollo de todas las facultades y de todos los recursos individuales.
 
Desafortunadamente esto no es así, de lo contrario no habría ningún motivo para negar a los extranjeros los derechos de ciudadanía. No estoy de acuerdo con algunas políticas de algunos países para la integración de los extranjeros. Pero tampoco estoy de acuerdo con aquellos extranjeros que llegan a un País de acogida y lo destruyen política y socialmente con las actitudes que poseen. Una cosa es libertad de expresión y otra muy diferente adoptar una política de imposición de la cultura y no respeto de aquella de acogida. Debería haber mutua consideración cultural de las dos partes sin infringir aquellas que son las normas de convivencia de base que regulan el País de acogida.
 
La ciudadanía es algo que todos los seres humanos tenemos que ganarnos a través de la educación, adaptación y conocimiento de las normas locales que forman la cultura de una sociedad. Muchos de los individuos a los que se les ha concedido la ciudadanía desde su nacimiento crecen con una actitud de desprecio y dura crítica hacia su propio País, de otra parte muchos de los extranjeros que llegan a un País nuevo se integran rápidamente sin problemas, siempre y cuando haya una política de integración valida, y después de mucho tiempo no les reconocen la ciudadanía. Esto debería hacernos pensar...
 
Modificado por última vez en Jueves, 04 Septiembre 2014 12:12
Cesar Beltrán

Politólogo especializado en Relaciones Internacionales en la Universidad Católica en Milán, Italia. Maestría en  Inmigración en la Universidad de Pavia, Italia. Estudios de Recursos Humanos en “Pace University” de Nueva York, y cursos de especialización en Género y Liderazgo Político con la Organización de los Estados Americanos y en Politica en la universidad de Oxford, Inglaterra.

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