La figura del Vicepresidente dio lugar en el pasado a muchas dificultades en el ejercicio del poder público, comenzando por las que surgieron entre Bolívar y Santander.
Las experiencias negativas de la institución llevaron al Constituyente a suprimirla en 1910 y a sustituirla por la del Designado, quien era elegido por el Congreso.
En 1991 fue revivida la Vicepresidencia, pero la normatividad constitucional al respecto no estableció funciones para el cargo; no hizo referencia a un fuero de investigación y juzgamiento; no contempló inhabilidades, incompatibilidades, ni conflictos de intereses; no consagró normas sobre las relaciones entre Presidente y Vicepresidente, y dio lugar, por tanto, a toda clase de interpretaciones y dudas. En suma, las disposiciones relativas a esta materia son antitécnicas e incompletas.
Ahora bien, a la luz de la Constitución, el Vicepresidente es elegido por el pueblo en la misma fórmula del Presidente para que lo reemplace en sus faltas absolutas o temporales; mientras una de ellas no se produzca, el Vicepresidente carece de funciones propias, y su mayor o menor protagonismo depende de la voluntad del Presidente, quien lo puede nombrar en algún empleo, o le puede confiar encargos o misiones determinadas.
Si el Presidente no es claro al definir de manera pública cuáles son los encargos o misiones que confía al Vicepresidente, éste no encuentra limitantes, y tiende a desbordarse.
El Vicepresidente no hace parte del Gobierno, que integran sólo el Presidente, los ministros y los directores de departamentos administrativos; ni es empleado del mismo. El Presidente no lo puede remover de la Vicepresidencia; no lo puede destituir, ni declarar el nombramiento insubsistente (porque no lo nombra), ni le puede pedir la renuncia.
Recientes intervenciones públicas de Angelino Garzón -en las que, dicho sea de paso, tenía toda la razón-, han ocasionado que el Presidente Santos haya exigido que las discrepancias se tramiten en el interior del Gobierno, a lo que Garzón responde y reclama su libertad de opinión, porque además entiende que fue llamado a la fórmula para atraer, en las elecciones, a los sectores populares a los que ahora no les puede quedar mal.
Las actuales desavenencias, en cuyo desenvolvimiento han incidido las sátiras del Presidente no menos que las duras palabras del Vicepresidente, pueden crecer, y serían institucionalmente peligrosas. Quizá la solución consista en que Santos nombre a Angelino en algún ministerio o embajada. De esa manera delimitaría su actividad, precisando sus funciones.