Se entiende, aunque no se comparta, la actitud del doctor Álvaro Uribe, en su condición de candidato presidencial, en el sentido de esquivar cualquier controversia, a través de la televisión o la radio, con los otros candidatos a ocupar la primera magistratura.
Aunque es evidente que todo candidato debe estar dispuesto a someter sus criterios y programas al escrutinio de la opinión, y el debate es ideal para ello, el caso de Uribe es bien característico, habida cuenta de la considerable ventaja que lleva a sus oponentes, más que por el hecho de ser actualmente el Jefe del Estado, por existir una tendencia ampliamente mayoritaria -reflejada hasta ahora en las encuestas-, a favorecerlo en las urnas.
No se requiere conocer mucho sobre estrategia política para concluir que el Presidente, en tales eventos, tendría bastante qué perder si los otros candidatos lo ponen a explicar muchas de sus ejecutorias u omisiones en el curso del gobierno, y en cambio, en las actuales circunstancias, es poco lo que le reportaría, en busca de una mayor intención de voto, arriesgarse a esas exposiciones. En ellas, por el contrario, un candidato como Carlos Gaviria -a quien conocemos ampliamente en los ámbitos académico e intelectual y en la rama judicial, pero a quien el grueso del público apenas empieza a descubrir; dueño de una fácil expresión y de indudables capacidades de convicción, y no desgastado políticamente- los debates públicos, en especial los televisados, le podrían ser especialmente benéficos. Por su parte, el doctor Horacio Serpa ha manifestado su deseo de fijar posiciones frente al actual gobierno y sobre el rumbo actual del país, particularmente en los aspectos económico y social. A Álvaro Leyva, por supuesto, quien no ha tenido mayores oportunidades de mostrar públicamente y de manera completa la política que aplicaría con el objeto de “parar la guerra”, los debates en los medios le permitirían ampliar el nivel de conocimiento público acerca de su papel frente a las Farc.
Obviamente, todo depende de la manera como los candidatos hagan uso de la oportunidad que les brindan los medios, pues para todos cualquier desliz o inclusive una palabra equivocada podrían ser fatales. Las presentaciones en televisión, particularmente si se hacen en vivo, son arma de doble filo, y factores tales como la falta de claridad, las contradicciones, la ausencia de rapidez mental para las respuestas, los silencios o los nervios, no menos que los interrogantes incómodos sobre antecedentes personales y políticos, pueden significar, en términos electorales, un costo altísimo.
Es precisamente ese costo el que no quiere pagar el Presidente, y, a decir verdad, no necesita correr el riesgo. Para él, en el momento, las cosas van muy bien, y se diría que, al igual que los equipos de fútbol cuando van ganando el partido, lo que más le conviene es el pitazo final. Mientras todavía haya posibilidad, así sea mínima, de goles del contrario, lanzarse al ataque es peligroso.
Pero, por encima de todo eso, somos los votantes -que tenemos derecho a gozar de suficientes elementos de juicio con miras a un voto razonado, fundamentado y conciente- los más interesados en los debates, y es natural que se los reclamemos, a los medios y a los candidatos. A todos los candidatos.
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