A muchos extrañó quizá el discurso pronunciado por el Presidente Bush el pasado 24 de mayo, en relación con el proceso de transición que se adelanta en Irak. En ese trámite, contradictoriamente, se “devolverá” a los iraquíes el “pleno” ejercicio de su soberanía -hoy suspendida por la sola voluntad de los aliados- pero se mantendrá la presencia de tropas americanas, “para apoyarlos”, quién sabe por cuánto tiempo o talvez de manera indefinida.
Pero el discurso y la política que él refleja eran de esperar, teniendo en cuenta la arrogancia que ha predominado en esta dolorosa y absurda coyuntura, no menos que el descaro con el que tratan estos temas los líderes de la guerra. Es lo propio de quienes profesan el autoritarismo y la fuerza como políticas de Estado, para hacerlos prevalecer sobre los derechos humanos, el orden jurídico internacional, el principio de autodeterminación de los pueblos y la aplicación de la justicia.
No resulta sorprendente que el mismo adalid de la “guerra preventiva”, quien con increíble desparpajo ha mirado el hecho cierto de que las armas de destrucción masiva que le sirvieron de pretexto para la guerra no han aparecido, sea el mismo presidente que respalda sin vacilaciones a su secretario Rumsfeld en medio del justificado escándalo provocado en el mundo por las prácticas de tortura fotografiadas y filmadas en la cárcel de Abu Ghraib, y que pese a la propia conducta americana al respecto (oficialmente reconocida) tiene la desfachatez de presentar a la comunidad internacional un “informe” sobre el comportamiento de otros Estados en materia de derechos humanos, calificando de “pobre desempeño” el de países como Venezuela, Colombia, Cuba, Haití y República Dominicana.
Ese presidente es el mismo que ahora, después de haberla mandado pintar y asear, promete que va a derribar la cárcel en la cual se practicaron las torturas, lo que equivale, ni más ni menos, a la venta del sofá, del famoso cuento sobre infidelidad matrimonial.
Pero, entretanto, un subalterno -el soldado Jeremy Sivits- ha sido condenado a un año de cárcel por esas torturas infligidas a los prisioneros iraquíes, y otro soldado –Joseph Derby-, quien divulgó las fotos, es llamado “soplón” y responsabilizado por la decapitación en Irak del estadounidense Nicholas Berg, sin que nada se haga en materia de investigación y juzgamiento de los autores intelectuales de las violaciones al Derecho Internacional Humanitario.
Ya escuchamos, por el contrario, a un senador republicano justificando las torturas “por cuanto los torturados son criminales”, y revelando el torcido concepto de algunos americanos sobre la justicia, que no es muy diferente del que tienen quienes, en la otra orilla, justifican la decapitación.