Una anestesióloga italiana, Lina Pavanelli, quien es profesora de la Universidad de Ferrara, en artículo publicado por la revista de asuntos sociales MICROMEGA y en rueda de prensa, ha afirmado que, según sus investigaciones, el Papa Juan Pablo II, fallecido en abril de 2005, no murió espontáneamente, sino que fue "ayudado a morir".
De acuerdo con Pavanelli, el Santo Padre fue privado de alimentación, y al efecto recuerda que le fue implantada una sonda nasogástrica el 30 de marzo de 2005, es decir, tres días antes de su muerte, producida el 2 de abril. La médica manifiesta que la sonda fue utilizada demasiado tarde, cuando ya el paciente había perdido cuando menos 15 kilos de peso y agonizaba. Según ella -palabras textuales-, "sólo la decisión del paciente de rechazar el tratamiento puede explicar el comportamiento del equipo médico".
Lo que da a entender la científica es que en el Vaticano, con la necesaria cooperación de los médicos tratantes del Santo Padre, se decidió aplicarle la eutanasia; que para ello se recurrió a privarlo de alimentos; y que, ante la oposición del mismo Juan Pablo, los facultativos resolvieron aplicarle una sonda, ya demasiado tarde, lo que acarreó el rápido fallecimiento del Papa Wojtyla.
Las declaraciones de Pavanelli han dado lugar a la inmediata reacción de los médicos que estaban al frente del cuidado de la salud del Papa, quienes en declaraciones al periódico "Corriere de la sera" descalificaron el dicho de la anestesista, y dijeron por conducto del médico personal del Pontífice, Renato Buzzonetti, que la sonda le fue colocada a Wojtyla de forma permanente el 30 de marzo, pero que ya desde tiempo atrás se utilizaba para alimentar al Pontícifice.
Según dijeron, la sonda era conectada para los fines de la alimentación. La retiraban después para que Juan Pablo II pudiera acudir sin ella a sus intervenciones y apariciones en público.
No creo en lo que dice Pavanelli. No tiene prueba alguna. No trató al Papa. Jamás estuvo ante el lecho del Santo Padre. No estableció contacto con el paciente. Nada sabía de sus antecedentes de salud. Y quiere hacer incurrir a la Iglesia en contradicciones para abrirle campo a la doctrina de la eutanasia. El suyo es un dictamen poco confiable, si atendemos a las reglas de la crítica del testimonio, que si versa sobre hechos determinados, exige de suyo la inmediatez del testigo.