El sábado se produjo una nueva matanza en Estados Unidos. Una tragedia más generada por la acción de francotiradores: en Tucson  -Estado de Arizona-  durante una reunión de la representante demócrata Gabrielle Giffords con sus partidarios, un hombre blanco de 22 años se acercó a la legisladora y le hizo un disparo en la cabeza. Siguió disparando, y murieron en el acto seis personas, entre ellas una niña de 9 años (que había nacido el 11 de septiembre de 2001, el día del ataque a las torres gemelas) y un juez federal, John Rull, de 63. Además, no menos de catorce heridos graves.

La congresista se encuentra todavía en cuidados intensivos, aún en peligro de muerte. “Luchando por su vida”, como dijo el Presidente Barack Obama.

El hecho ha causado conmoción en Estados Unidos. Pero, ¿qué tiene de distinto esta masacre respecto a las varias que se han producido en los últimos años, cuando individuos armados, en universidades, escuelas y sitios públicos, han resuelto disparar indiscriminadamente contra personas inocentes?

La mayor parte de las veces hemos estado ante esquizofrénicos que han premeditado largamente sus acciones. Algunos han enviado previamente avisos o mensajes en Internet, o han hecho grabaciones que después se descubren cuando el daño está causado y no hay nada qué hacer.

El caso del sábado tiene semejanzas con esos otros eventos desgraciados, pero también una característica propia: se actuó contra un política; contra una legisladora; contra una mujer partidaria del Presidente Obama; que se había opuesto a la ley de persecución contra los inmigrantes ilegales promulgada el año anterior en el Estado de Arizona, y apenas a pocas horas de la posesión del nuevo Congreso, con mayoría republicana, tras la derrota sufrida en las urnas por Obama y los candidatos demócratas.

Este acto criminal se produce en medio de una retórica política muy agresiva entre los partidos, que ya está siendo señalada por muchos como la causante de la tragedia, dada la influencia que pudo ejercer en la mente del francotirador Jared Lughner, de las consignas antidemócratas lanzadas por varios dirigentes republicanos.

Algunos políticos utilizan en sus discursos e intervenciones públicas un lenguaje pugnaz, de guerra. Encienden los ánimos de sus auditorios mostrando al rival político como un enemigo al que hay que eliminar.

La intolerancia y la falta de respeto a las ideas ajenas pueden ser fatales.