“En la historia del Tequendama, cuenta la Leyenda que a causa de la lluvia se arruinaban los cultivos, se habían venido las casas al suelo y tanto se habían mojado, que daba lo mismo tener techo de palma o no.
Alguna vez para controlar lo que parecería su fenecimiento ante la gran inundación, pidieron ayuda y apareció un hombre alto, de ojos claros, de barba larga y muy blanca que le llegaba a la cintura, vestido de sandalias y túnica. Bochica se llamaba. Quien con su bastón tocó las duras rocas que se desmoronaron, formando el salto del Tequendama.
Llamamos a Bochica en la urgencia de encontrarle salida a una abundancia que nunca supimos encausar. Hoy, siendo capaces de convertir su exuberancia en un macilento torrente por el que no hay desdén, los techos de las casas hierven, mientras sobre las rocas calcinados en sus negros oleos y gases enrarecidos, el agua se evapora.
Volvimos a llamarlo, desde una diversidad Muisca reclamando el agua y pese a que se podría decir que esta vez venía desde Holanda, en verdad lo era del corazón de la conciencia de un amanecer que empieza nuevamente.
Vestía modestamente, más aún porque era Franciscano, no sólo era la naturaleza sino el amor que se entrega por completo para toda la obra. Seguían siendo claros sus ojos, pudiendo encontrar a través de ellos cómo crecía y afloraba la existencia, su altitud continuaba siendo la mayor, pues había escogido la copa de los árboles del ensueño, y no mostró su barba sino hasta que todo hubo de dejarlo listo. Su bastón fue esta vez hecho a la medida de la conjunción de las cuatro ciencias con que se sostuvo y el inmenso corazón con que golpeó con fuerza las piedras endurecidas del cemento, de la que emanó un bosque entero de diversidad.
Con su báculo golpeó rocosos intereses y despacio reverdece la esperanza.
Abrió nuevamente el camino por el que el agua y la vida se sostendrán pese a una temperatura en aumento, ha hecho lo más difícil que es superar nuestros vacíos de la razón con elocuentes y profundos estudios, hoy sin par. Ha hecho nuestro un tesoro. La decisión de formar el bosque urbano más grande del mundo, conexión estructural entre orientales montañas y el río con el que todo empezó.
De la roca que también esculpía, producía bellas piezas, de nuestra cultura también ha esculpido lo mejor, dejándonos más que un bosque como cobijo, que si bien aún no lo vemos florecido, fue talentosamente germinado, sólo porque lo creyó posible. Primero lo concibió erigido en su corazón, luego nos enseñó a verlo también, pues “sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.”, hoy su sueño y su legado ha sido reconocido por las leyes. Toda una Constitución lo resguarda, dándole paso a la quimera. Disponibles las hectáreas, de nosotros ahora es la siembra.
No sabemos cuándo nos dejó, porque aún aparece vivo, Thommas Van Der Hammen dijo que era su nombre, pero Bochica en realidad se llamaba.”
Autor: Camilo Andrés Rodríguez Toro