Habiéndose opuesto tercamente al dictado mayoritario de los españoles, que jamás vieron con buenos ojos el respaldo de Aznar a la política guerrerista de George W. Bush, y menos la decisión de involucrar a España en la invasión a Irak, que tanto daño ha causado y seguirá causando, el Presidente del Gobierno hispano -quien aspiraba a prolongar el mandato del Partido Popular por cuatro años más, en cabeza de Mariano Rajoy- ha sufrido la más estruendosa e inesperada derrota electoral desde su ascenso al poder.
Examinando el proceso electoral culminado el pasado domingo, no han faltado analistas inclinados a propagar la tésis de que el triunfo del Partido Socialista Obrero Español obedeció exclusivamente al acto terrorista del 11 de marzo, concluyendo que, entonces, el terrorismo está en capacidad de dirigir la política de los Estados, o peor aún, que puede manipularse la voluntad de los pueblos utilizando la violencia sorpresiva y criminal, como la desatada en Madrid la semana anterior.
Es cierto que las encuestas venían favoreciendo la opción de triunfo del Partido Popular y que casi nadie esperaba la victoria de Rodríguez Zapatero, pero no deja de ser precipitado y carente de rigor histórico el argumento que atribuye a la acción del terrorismo los resultados electorales. Quienes razonan de la manera enunciada ignoran adrede el antecedente intermedio entre las explosiones criminales y el evento electoral, cual fue indudablemente la manipulación informativa del Ejecutivo, enderezada a sindicar -sin admitir otras alternativas- a la ETA por los atentados. Era el deseo oficial obtener, de esa manera, un plebiscito a favor de la “mano dura” contra el terrorismo, que el Partido Popular ha reclamado como de su única y exclusiva propiedad (cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia).
Y no puede olvidarse tampoco que Zapatero venía en campaña desde dos años antes, esgrimiendo entre sus conceptos básicos, que marcaban la diferencia con el partido gobernante, la nítida oposición a los delirios bélicos y, en el caso de la guerra contra Irak, la permanente censura de la inconsulta política del Presidente.
No se puede sindicar al pueblo español de haber incurrido en una torpeza, y menos de haber obrado por miedo el día de las elecciones. Lo contrario acreditaron las manifestaciones mediante las cuales se pronunció el viernes 12 contra el terrorismo, el sábado 13 contra las actuaciones engañosas del Gobierno y el domingo 14, en las urnas, contra la decisión gubernamental de exponerlo gratuitamente a la venganza de Al Qaeda.