CEID: El Olvido que Seremos. Por Diana Carolina Beltrán Herrera.

27 Jun 2016
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Nunca he creído en los medios de comunicación, menos aún en los feriados comerciales/religiosos, que hoy en día casi son lo mismo, poco he creído en los pronunciamientos oficiales del Gobierno, y por tristeza, aún menos en “la PAZ”.  En nuestros días, como abogados, miles de noticias con importante tinte jurídico y social giran alrededor nuestro por los nuevos y “reinventados” mass media: reformas normativas, debates sobre el mismo concepto de Estado y su necesidad de intervenir la vida de los ciudadanos, condenas a grandes personajes de la vida política del país, incluso grandes impunidades, homicidios, desfalcos, pobreza, también algunos logros del Estado Social de Derecho y bueno… la paz, tema correctamente político del cual hablar.

Sin embargo, “La Paz” debería empezar por recordar nuestra humanidad como eso, solo como humanos. Hace pocos días Tunick, fotógrafo estadounidense, estuvo en el país, específicamente en la capital, trayendo consigo el arte norteamericano, en el cual no sólo comprendió la foto como producto último de su trabajo; el arte en sí lo constituyó todo el perfomance alrededor del proceso de creación. La obra fue sin duda, desde la convocatoria, un cuestionamiento hacia el statu quo actual, hacia la moral, hacia “las buenas costumbres”, y como dirían muchas de nuestras leyes, cuestionamiento hacia el comportamiento como “un buen padre de familia”. 

Sin duda, ni un buen padre de familia, ni un buen hombre de negocios, como se concibieron tales figuras en su época, se desnudarían de frente a miles ante las cámaras de Tunick. Pero si bien abrió la puerta a la opinión pública, quizá en estas imágenes solo deberíamos recordar una cosa que trasciende a las diversas posturas jurídicas: nuestra humanidad. Una vez tengamos este paso, entonces, de pronto, podemos empezar a pensar en paz o en La Paz.

Si bien los posibles debates sobre moralidad no son el objeto del presente escrito, aunque en todo siempre exista una carga de moralidad, mi intención ahora, es volver a uno de los temas ineludibles en medio de la Colombia actual, la Paz, pero no como proceso político/histórico donde las “partes” en conflictos acuden a mesas de negociación, sino sobre la situación propia del territorio, del ciudadano de a pie que en un acto de confianza cedió parte de sus libertades al Leviatan a cambio de, por lo menos, seguridad.

Me sentiría hipócrita realizando juicios de valor sentada en un escritorio, en un cómodo apartamento al norte de la capital, mientras desconozco gran parte de la verdadera realidad que se vive en la Colombia de Macondo, en la Colombia de la región, pero a pesar de ello no soy ciega ante las condiciones que día a día está sometido el país, que algunos con gran descaro e hipocresía se atreven a llamar solo percepción de inseguridad. No fue sólo percepción el impune asesinato de mi padre hace 20 años por denunciar hechos de corrupción.  Pero hoy en día, mi corazón no se aflige ante ese recuerdo, sino ante la continuidad de los hechos y ante la indiferencia de la ciudadanía que no hace más que alimentar intolerancias, como si lo vivido no hubiese bastado.

Nunca he olvidado el sentimiento al ingresar a una facultad de derecho, embriagada de sueños y fantasías de juventud y por ello, nunca he olvidado “El olvido que seremos”, que más allá de su banal debate de derechos de autor y de imagen, sobre si su autor fue o no Borges me recuerda a Abad Faciolince y la historia de su padre. Dicha historia, que puede ser la de muchos, puede verse desde su contenido político –histórico, pero para mí es otra historia más, de un padre arrebatado de una familia ante las manos de quién sencillamente así lo decidió, como si la vida no fueran más que piezas dentro de su propio juego de Ajedrez.

Luego de algunos años ya desde mi inscripción al programa de derecho, en las decepciones sobre el mismo, y casi la resignación a la realidad, no dejo de recordar aquel fragmento del Doctor (por médico, no por abogado) Abad, padre del escritor, donde nos recuerda que debemos ser más que mamíferos para convertirnos en humanos:

“Pero hay una fuerza interior que los impele a trabajar a favor de los que necesitan su ayuda. Para muchos, esa fuerza constituye en la razón de la vida. Esa lucha le da significado a su vida. Se justifica vivir si el mundo es un poco mejor, cuando uno muera, como resultado de su trabajo y esfuerzo. Vivir simplemente para gozar es una legítima ambición animal. Pero para el ser humano, para el Homo Sapiens, es contentarse con muy poco. Para distinguirnos de los demás animales, para justificar nuestro paso por la tierra, hay que ambicionar metas superiores al solo goce de la vida. La fijación de metas distingue a unos hombres de otros. Y aquí lo más importante no es alcanzar dichas metas, sino luchas por ellas. Todos no podemos ser protagonistas de la historia. Como células que somos de ese gran cuerpo universal humano, somos sin embargo conscientes de que cada uno de nosotros puede hacer algo por mejorar el mundo en que vivimos y en el que vivieran los que no sigan […]”

Y en manos de todos está, aunque, como lo decía el Dr. Abad muy sensatamente, no todos seremos públicamente protagonistas de la historia. Sin embargo, desde los infinitos caminos que nos otorga la apasionante, a mi parecer, vida jurídica, las posibilidades están de frente a nuestras caras.

O en otras palabras, como diría uno de mis grandes tutores de vida y profesión, la situación de este país, desde la corrupción hasta las precarias condiciones sociales, necesita de héroes que haciendo correctamente su trabajo, saboteen el actuar del hampón.

En honor a mis padres. Que el proceso de paz en Colombia, no se convierta en “el olvido que seremos”.

Por: Diana Carolina Beltrán Herrera.

@CeidDiana

Miembro del Centro de Estudios Integrales en Derecho.

 

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