La lectura atenta de la Encíclica Caritas in Veritate (La Caridad en la Verdad), del Papa Benedicto XVI, además de constituir un placer intelectual de primer orden -dada la impecable exposición académica y la clara sustentación de los argumentos-, reafirma la convicción acerca de que la Doctrina Social Católica –coherente, contínua y rigurosa-, es mucho más avanzada que muchos programas políticos.
En efecto, en el importante documento pontificio se consignan las conclusiones sobre la base de fundamentos con un profundo contenido filosófico y sociológico, de tal modo que, lejos de ser un catálogo de afirmaciones o juicios de valor con apoyo exclusivo en la fe ciega, se trata de un análisis objetivo y razonado en torno a la realidad actual del ser humano, su dignidad y sus derechos, en medio de la globalización, los excesos del capitalismo y la crisis económico-financiera que azota a los países desarrollados y repercute necesariamente en las sociedades más pobres del planeta.
Benedicto XVI no desprecia el desarrollo, que en su sentir “ha sido y sigue siendo un factor positivo que ha sacado de la miseria a miles de millones de personas y que, últimamente, ha dado a muchos países la posibilidad de participar efectivamente en la política internacional”.
No obstante, su concepción lo distancia de los criterios extremos que han venido imperando en los últimos años, y de las políticas neoliberales, propias del capitalismo salvaje, puesto que el desarrollo económico “ha estado, y lo está aún, aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto más de manifiesto”. Reconoce, entonces múltiples factores de descomposición del sistema vigente, y destaca la existencia de inaceptables situaciones de “miseria deshumanizadora”; escandalosas “disparidades hirientes”; “corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos, nuevos y antiguos, como en los países pobres”; una generalizada “falta de respeto a los derechos humanos de los trabajadores provocada a veces por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción local”; persistencia, especialmente en los países pobres, de unos hechos, que amenazan con extenderse, que configuran extrema inseguridad de vida a causa de la falta de alimentación; altos índices de mortalidad infantil; legislaciones contrarias a la vida; necesidades primarias no satisfechas, a causa de la irresponsabilidad política nacional e internacional; “disfunciones económicas que comportan costes humanos”; eclecticismo y bajo nivel cultural, que coinciden en separar la cultura de la naturaleza humana, lo que ocasiona que se termine por reducir al hombre a “mero dato cultural”; una humanidad, en fin, que corre nuevos y graves riesgos de sometimiento y manipulación.
Según la Encíclica, la dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren opciones económicas que no aumenten las desigualdades y que busquen como prioridad el objeto del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan.
El Papa ha asumido, pues, un liderazgo que hacía falta en el mundo actual, en consonancia con la doctrina de sus predecesores.
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