No puede ser más difícil el momento para las relaciones entre Colombia y Venezuela, después de las declaraciones públicas de los presidentes Chávez y Uribe, a raíz de la determinación de éste último -comunicada el miércoles en la noche- en el sentido de dar por concluida la mediación del Jefe de Estado venezolano con miras a la celebración de un acuerdo humanitario con las FARC para la liberación de los secuestrados.
En realidad, todo estuvo mal organizado -o mejor, no estuvo organizado- desde el principio. Por lo menos, habría sido indispensable un término -si se quiere inicial o tentativo- para alcanzar los objetivos buscados. Y han debido establecerse unas reglas mínimas, como la que, a manera de chanza (en estas cosas no se puede jugar) quiso transmitir Uribe a Chávez respecto a las relaciones de éste con los generales de las Fuerzas Armadas colombianas. Como nada se había expuesto desde el comienzo, y el doctor Uribe habló en Santiago como en chiste ("...no me los llame porque me los vuelve chavistas…), el Presidente venezolano creyó que se lo decía en broma, y aceptó que Piedad Córdoba le pasara al teléfono al General Montoya, Comandante del Ejército, persona que sí se toma -como debe ser- las cosas en serio, y procedió a reportar la llamada al Presidente Uribe, con los resultados conocidos.
Uribe, por su parte, rompió el naipe sin la más elemental regla -al menos de cortesía con quien al fin y al cabo, bien o mal, nos estaba haciendo un favor-, y provocó, como era de esperar, la ira y la reacción agresiva de Chávez.
Chávez aceptó al principio, con mansedumbre que nos sorprendió, la decisión de Uribe, pero después de pensarlo, o de consultarlo internamente, se vino lanza en ristre contra Uribe, llamándolo mentiroso y diciendo inclusive -lo que representa una inaceptable intromisión en nuestros asuntos- que Colombia necesita un presidente distinto.
Vino bien pronto la respuesta del Jefe de Estado colombiano, sindicando a Chávez de haber aprovechado la mediación para buscar extender su imperio en el continente americano, y de colaborar con el terrorismo, o auspiciarlo.
Ahí vamos. Existe gran tensión en Colombia -en donde injustificadamente el tema primordial, que es el de la liberación de los secuestrados, pasó a tercer o cuarto lugar en la agenda del Gobierno- y en Venezuela -en donde las preocupaciones principales del Presidente se orientan a la posible pérdida del referendo programado para el 2 de diciembre sobre reforma constitucional, ya que en las últimas encuestas gana el NO-, y todos -venezolanos y colombianos- estamos en grave riesgo de enturbiar unas relaciones políticas, económicas, comerciales y de amistad, por cuenta de la testarudez, la falta de tacto, los excesos verbales y las imprudencias de nuestros gobernantes.