John Marulanda
ABOGADO. Consultor Internacional en Seguridad y Defensa.
Un profundo conocedor de nuestra siquis colectiva dijo: "Uncido el pueblo (latino) americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni más saber ni poder ni virtud".
En Harvard, hace pocos días y ante escasa audiencia, me cuentan mis condiscípulos, Sergio Jaramillo trató penosamente de explicar lo que se cuece en La Habana. Me obligué a la molestia de leer su perorata. Si ese es el marco conceptual y teórico de lo que se guisa en la satrapía de los Castro, no puedo menos que descorazonarme. De ese ensimismado alegato, menciono dos aspectos vitales. Uno: con casi el 80 % de la población urbanizada y el 86 % de los municipios libres de la influencia terrorista, se está negociando una ambigua "territorialidad" de la paz con un grupo militarmente debilitado y cuyo interés manifiesto es el de crear feudos y cogobernar a punta de fusiles, como lo hacen actualmente en Putumayo, Arauca y Catatumbo, fronteras con países vecinos declarados socialistas.
Juan Camilo Restrepo se olvidó de sus "Republiquetas" y salió a tratar de calmar la desazón que genera tal "territorialidad". Es tarde: los bárbaros ganan. Dos: el asunto se agrava cuando el de andar oblicuo y mirada esquiva, intenta igualar justicia con cooperación para justificar lo injustificable: la impunidad. En medio de sus elucubraciones seudo político-filosóficas este Jaramillo cree, ¡Ay…, que la paz en un Estado serio se fundamenta sobre la impunidad. Mientras el plenipotenciario no tiene ni remota idea de los principios básicos de la geopolítica, los de las farc, para quienes, según Lenin, la política es la continuación de la guerra, sí. Tales "actos de imaginación" como el negociador los llama, no son sino equivocaciones que nos llevarán a futuros traumas. Me temo que "El Juicio de Dios" (la violencia) seguirá pesando sobre nuestra sociedad, merecedora de la élite viciosa que nos ha mal administrado durante 200 años y que ahora duda si aplicarle la ley o no a un jefazo terrorista.
Pero lo más irritante de la parrafada de Jaramillo es su jactanciosa conminación final. "No va a haber otra oportunidad para la paz", amenaza para intimidar parvularios, remedo de Madame Pompadour: "Después de nosotros….el diluvio".
Si un acuerdo no cuaja con la gerontocracia fariana, algo que veo improbable, pues un gobierno, tan sensato y realista como lo elijamos, terminará la tarea a medio hacer de doblegar por la fuerza legítima del Estado a los reductos narcoterroristas para someterlos al único imperio posible: el de la ley y la justicia. Y es ridículo querer asustarnos con esa oportunista frase de cuño reeleccionista. Seguimos, pues, sin saber ni poder ni virtud, como lo dijo Bolívar en 1812.
En Harvard, hace pocos días y ante escasa audiencia, me cuentan mis condiscípulos, Sergio Jaramillo trató penosamente de explicar lo que se cuece en La Habana. Me obligué a la molestia de leer su perorata. Si ese es el marco conceptual y teórico de lo que se guisa en la satrapía de los Castro, no puedo menos que descorazonarme. De ese ensimismado alegato, menciono dos aspectos vitales. Uno: con casi el 80 % de la población urbanizada y el 86 % de los municipios libres de la influencia terrorista, se está negociando una ambigua "territorialidad" de la paz con un grupo militarmente debilitado y cuyo interés manifiesto es el de crear feudos y cogobernar a punta de fusiles, como lo hacen actualmente en Putumayo, Arauca y Catatumbo, fronteras con países vecinos declarados socialistas.
Juan Camilo Restrepo se olvidó de sus "Republiquetas" y salió a tratar de calmar la desazón que genera tal "territorialidad". Es tarde: los bárbaros ganan. Dos: el asunto se agrava cuando el de andar oblicuo y mirada esquiva, intenta igualar justicia con cooperación para justificar lo injustificable: la impunidad. En medio de sus elucubraciones seudo político-filosóficas este Jaramillo cree, ¡Ay…, que la paz en un Estado serio se fundamenta sobre la impunidad. Mientras el plenipotenciario no tiene ni remota idea de los principios básicos de la geopolítica, los de las farc, para quienes, según Lenin, la política es la continuación de la guerra, sí. Tales "actos de imaginación" como el negociador los llama, no son sino equivocaciones que nos llevarán a futuros traumas. Me temo que "El Juicio de Dios" (la violencia) seguirá pesando sobre nuestra sociedad, merecedora de la élite viciosa que nos ha mal administrado durante 200 años y que ahora duda si aplicarle la ley o no a un jefazo terrorista.
Pero lo más irritante de la parrafada de Jaramillo es su jactanciosa conminación final. "No va a haber otra oportunidad para la paz", amenaza para intimidar parvularios, remedo de Madame Pompadour: "Después de nosotros….el diluvio".
Si un acuerdo no cuaja con la gerontocracia fariana, algo que veo improbable, pues un gobierno, tan sensato y realista como lo elijamos, terminará la tarea a medio hacer de doblegar por la fuerza legítima del Estado a los reductos narcoterroristas para someterlos al único imperio posible: el de la ley y la justicia. Y es ridículo querer asustarnos con esa oportunista frase de cuño reeleccionista. Seguimos, pues, sin saber ni poder ni virtud, como lo dijo Bolívar en 1812.