John Marulanda
ABOGADO. Consultor Internacional en Seguridad y Defensa.
Los movimientos guerrilleros de América Latina se quedaron estancados en un pasado que las nuevas generaciones no conocen.
“América Latina no ha tenido una guerra formal en décadas.”
La ONU acaba de citar a Colombia como el país con el mayor número de víctimas de minas personales en el mundo. Triste récord atribuible a las FARC.
Shaul Kimhi, psicólogo israelita con quien hemos recorrido medio mundo hablando de terrorismo, me pregunta con insistencia: “¿Por qué matan las FARC?”. Nadie lo sabe con certeza. Ellos lo justifican de manera unívoca, avinagrada y típica latinoamericana: contra el imperialismo norteamericano culpable de todos nuestros males, por supuesto; por defender al pueblo al que hay que masacrar para salvarlo, naturalmente y un etcétera que causaría bostezo si no fuera por el drama que implica.
Y es que las acciones de los reductos “alzados en armas” no parecen ceder del todo en la región. Hace diez días, el Ejército del Pueblo Paraguayo atacó una estación castrense en Paso Tuja, asesinó un suboficial y perdió dos de sus hombres en la reacción militar, mientras Sendero Luminoso, hace menos de un mes, hostigó un destacamento militar en Kiapashato.
A mediados de la segunda década de este siglo 21, estos grupos “revolucionarios”, como se autoclasifican, ¿representan un verdadero riesgo para los estados? Dejando de lado las consideraciones políticas, miremos las características tácticas y operacionales de estas células.
Las FARC, por ejemplo. Militarmente están desestructuradas y moralmente corrompidas por el narcotráfico. Tienen seriamente averiado su C3: Comando, Control y Comunicaciones. Su actividad armada es puramente defensiva y de retirada, evidente en el sembrado de minas que mutilan civiles y soldados indiscriminadamente y que, a la postre, los afectara más a ellos que a las fuerzas del Estado; en el uso de francotiradores en zonas aisladas, contra unidades desatentas; en el lanzamiento de morteros caseros de mortal imprecisión que casi siempre destruyen residencias de ciudadanos inermes, y en el saboteo de la infraestructura petrolera.
No pueden ir más allá. Los años de La Ofensiva, cuando se atrevieron a confrontar batallones de contraguerrillas, son cosa del pasado. Además, cada una de estas acciones armadas, que no militares, les carga un coste político mayúsculo.
Hay otro factor importante: las fuerzas militares colombianas, por su lado, han venido disminuyendo la ofensiva impulsada por el gobierno anterior y que les permitió descabezar a la organización que, después de medio siglo de guerrilla, se encuentra arrinconada en las fronteras con Ecuador y Venezuela, dedicada al narcotráfico y con su gerontocrática jefatura en La Habana, disfrutando los placeres de la nomenklatura cubana mientras repiten la cantinela de los 60’s sobre una supuesta liberación.
¿Pueden recuperarse militarmente? Muy difícil. Su armamento es aun rudimentario y su tercera generación de cabecillas es un grupo de jóvenes mini capos con poses de raperos, gafas de marca, cadenas de oro y amantes siliconadas. En el olvido quedó el ascético y barbudo guerrillero creador del hombre nuevo latinoamericano, encomendado a las bendiciones de San Che Guevara, quien hoy hace milagros en La Heras, Bolivia, bajo el padrinazgo de Evo.
Sendero Luminoso es otro doloroso ejemplo del cauce que tomaron en Latinoamérica los grupos armados promotores del marxismo-leninismo-maoísmo. Acorralados en el VRAEM (valles de los ríos Apurímac, Ene Mantaro), una patulea de unos 100 muchachos con cara de sorpresa unos y resignación otros, medran al lado de narcotraficantes que los proveen de las ganancias mínimas de la cadena de producción de cocaína.
Acosados por las fuerzas del estado, periódicamente balean helicópteros, sabotean el gasoducto de Camisea, acosan destacamentos policiales y retienen comunidades aisladas. Durante febrero lanzaron ataques contra bases militares en Kepashiato, Cusco, y en Mantaro y Ccano, Ayacucho, en una tardía reacción a la baja de sus dos últimos jefes “Alirio” y “Gabriel”, en noviembre pasado. Mientras el narcotráfico, su único sustento, evoluciona y crece en el país, su ideario maoísta se derrite a pesar de quintacolumnistas que en Lima buscan recuperar lo que perdieron irremediablemente: la atención de la gente.
Algo similar a Bogotá, en donde algunos simpatizantes de los farucos, insisten en lavar la cara del grupo desde la tribuna política o posando de estudiosos y científicos sociales. Sendero agoniza. Las FARC se disuelven.
El EPP, un reducido grupo marxista leninista, delinque en el Departamento de Concepción, frontera con Brasil, un área del Paraguay muy activa en narcotráfico. Entrenados por las FARC desde hace más de una década –recuérdese el caso de Cecilia Cubas- son débiles en su accionar armado y no trascienden los secuestros ocasionales, esporádicos ataques a unidades policiales descuidadas y asesinato de vigilantes indefensos.
Por supuesto, esgrimen argumentos ideológicos inentendibles para los jóvenes paraguayos, además de corear un himno que nada tiene que envidiarle a un narcocorrido grupero mexicano. Dado lo ralo del grupo, la reciente baja de dos de sus dirigentes, Bernal y Silva, es un golpe serio que los pondrá en retirada por un buen tiempo, mientras las fuerzas militares y policiales del estado avanzan en el control territorial y en la lucha contra el narcotráfico. El epp puede desaparecer por sustracción de materia.
FARC, Sendero y EEP, pues, no tienen un futuro muy claro en Suramérica. Y si todavía sueñan con multitudes recibiéndolos enloquecidas en las calles, como libertadores, el caso no es de insurrección sino de psiquiatría.
En Nicaragua, un encuentro armado en Jinotega en marzo pasado y que se saldó con la baja de dos individuos señalados como narcotraficantes por el gobiernos orteguista, reactivó fuertes rumores de un movimiento armado en el norte del país, hipótesis no descartada por el obispo Petray después de que en Ayapal, cerca de la frontera con Honduras, diez hombres fueron muertos por fuerzas del estado el pasado diciembre. ¿Guerrilla en Nicaragua? No descartable pero aún está por verse.
La situación actual de intranquilidad social en Venezuela ha llevado a algunos a preguntarse si es posible que surja un movimiento armado en contra de un gobierno ineficiente. El general en jefe Padrino declaró en Puerto Ordaz, el pasado marzo, que el país enfrentaba una “insurgencia armada” y una balacera en el Táchira en donde fue dado de baja un colombiano. Fue titulado como un combate contra fuerzas paramilitares, clasificación más política que real pues quienes delinquen en esa frontera son bandas criminales dedicadas al narcotráfico, el secuestro y la extorsión. FARC entre las tales. Un conflicto civil es más probable que una guerrilla como alguna de las tres antes mencionadas.
América Latina no ha tenido una guerra formal en décadas. Sin embargo, es en la actualidad la región más peligrosa del mundo: la rata de homicidios, las estadísticas de secuestro y extorsión, el narcotráfico, la corrupción y la impunidad han llevado a que las empresas en la región inviertan en promedio hasta un 3% de sus gastos operacionales en seguridad. Seis de las 10 ciudades más violentas del mundo son latinoamericanas.
En este entorno, las sociedades latinoamericanas en general hoy le endilgan un cariz delincuencial, criminal, a cualquier movimiento “alzado en armas” que surja. Y no están equivocadas. FARC, Sendero y EPP lo confirman con sus estrechos vínculos narcotraficantes. Los argumentos ideológicos ya no calan fácilmente en las mentes de los jóvenes urbanos e interconectados de hoy. Para ellos, la lucha armada y la guerra prolongada no sirven para solventar su pobreza o desempleo: el crimen organizado ofrece resultados inmediatos y evidentes sin tener que sufrir el confinamiento del monte o de la selva.
Además, la política es el menor de los intereses de los muchachos de la región: están tan desprestigiados los gobernantes y los políticos. Mejor un empleo en una empresa privada que un puesto en el Estado y, si no hay oportunidad, pues mejor ser “Halcón” que guerrillero. Y si se arriesgan a la balacera es por billete.
“Rápido y Furioso” jala más que “Socialismo y sacrificio”. “¿Quién es Marx?”, preguntó un menor de edad de las FARC mientras entregaba su AK-47, al momento de rendirse al Ejército.