Las especulaciones sobre las causas del desafuero fronterizo del gobierno venezolano van desde los enredos del narcotráfico, espina dorsal de todos los problemas de seguridad en el continente, hasta las de una desesperada estrategia para asegurar un triunfo electoral el próximo diciembre. La argumentación de los paramilitares no se la cree ni Samper, que sufre de vedetismo terminal.
Esta turbulencia fronteriza no es nueva: desde el 2005 (caso Granda), 2006 (caso DAS), 2007 (affaire Chávez- Piedad Córdoba), 2008 (baja de alias R. Reyes), 2009 (bases de US), 2010 ( denuncia de campamentos de las farc en Venezuela), 2013 (visita de Capriles) y hasta hoy, la suspensión de lazos comerciales, llamamiento de embajadores, congelamiento y ruptura de relaciones, cierres de fronteras e inclusive movilización de tanques, han culminado con una reunión de presidentes en donde se relanzan las relaciones y se declara que “aquí no ha pasado nada”. Y eso es lo próximo que va a ocurrir -debe ocurrir- aunque en este nuevo episodio hay un elemento crítico, las elecciones en octubre en Colombia y en diciembre en Venezuela. Allá se teme perder el control del Congreso y aquí que se fortalezca la oposición al gobierno, ahora escaso de recursos y en negociaciones con narcoterroristas de las que el 90 % de colombianos somos escépticos.
Son evidentes el escalamiento verbal, el daño económico y el resultado poco favorable en la opinión electoral de ambos países, pero una escalada militar es poco probable, aunque ya se escucharon los primeros disparos y el gobierno venezolano, en la ejecución de su razzia fronteriza, ganó titulares de prensa que deterioran más su imagen, en un embrollo con tono moderado en la prensa internacional.
Queda claro también que la postura tradicionalmente desinteresada de Colombia frente a sus fronteras, es el origen último de lo que está sucediendo y de lo que va a suceder. Mientras colombianos pobres trasteaban sus corotos por el río Zulia a punto de fusil, Nicaragua acosó sobre las nuevas fronteras caribeñas establecidas por la Corte Internacional, Ecuador se pronunció, Panamá “se chupó” y Brasil hizo un mutis por el foro. Frente al fracaso en la OEA el gobierno se declaró sorprendido, igual que en el caso de Nicaragua hace tres años, demostrando una palmaria ingenuidad que confirma sospechas y augura turbulencias. El último discurso presidencial denota la pusilanimidad colombiana frente a los designios de Caracas y La Habana y el anunciado lloriqueo ante la Onu solo van a recalcitrar la posición de Maduro y su banda de guerra.
Esta falta de visión geopolítica sobre lo que significan los territorios fronterizos, ha llevado, lleva y llevará a situaciones complicadas. Y nuestra frontera institucional y política en este momento pasa por La Habana.
Artículo publicado en www.elcolombiano.com