Al fin y al cabo esa es la tarea del pastor, y ciertamente el Santo Padre la ha entendido a cabalidad, como forma de servicio, de aporte, de compromiso con los más altos valores de la cristiandad, entre los cuales se destacan la paz y la reconciliación como los primeros.
El pontífice habló para la sociedad colombiana en general, pero de manera específica se dirigió a quienes tienen en sus manos las herramientas para llegar a la terminación del conflicto –el Gobierno y los voceros de la guerrilla-, y también a quienes quisieran prolongar la guerra. A estos últimos les ha reiterado que el camino de la paz debe continuar hasta llegar al cometido esencial del proceso, y que ese camino no debe ser obstruido u obstaculizado. Por el contrario, se debe persistir en él, superando las dificultades.
El Papa ha hecho un llamado a toda la comunidad, pidiendo que la "larga noche de dolor y de violencia" se transforme, con la voluntad de todos los colombianos, en un día "sin ocaso de concordia, justicia, fraternidad y amor”, y en esa medida coinciden sus palabras con las utilizadas por nuestra Constitución cuando afirma la paz como un valor de primer orden y establece que ella es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.
A las autoridades colombianas, entendiendo por tales no solamente el Gobierno, el Congreso, los jueces y los órganos autónomos y de control, les ha pedido que el proceso se desenvuelva dentro del mayor respeto a la institucionalidad, al Derecho nacional y al Derecho Internacional.
"No tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación". Un mensaje cargado de sinceridad que debe propiciar la reflexión y sobre todo inspirar una praxis comprometida con los objetivos del bien común, por encima de intereses particulares o mezquinos.
Y precisamente a propósito de la Paz como valor colectivo, llamo la atención sobre una gran paradoja: riñas, heridos y muertos celebrando el día del amor y la amistad. Necesitamos una cultura de Paz.