Según el Ministerio de Trabajo, el 44% de los colombianos que laboran, ganan menos de un salario mínimo. Nuestras generaciones jóvenes ya no conocen términos como primas, cesantías, cajas de compensación, vacaciones remunerada; lo que les espera al salir de la Universidad son las planillas PILA que con cargo a los exiguos salarios, engordan las arcas de EPS, Fondos de Pensiones y ARL´s.
Ostentamos en Colombia el deshonroso primer lugar en asesinato y persecución a líderes-esas sindicales, no es gratuito entonces este desalentador panorama.
Miles de colombianos, trabajan sin descanso, incluso un día como hoy: aquellos conductores de taxi que se doblan en turno para soportar los ingresos que dejarán de percibir por el día de pico y placa, los muchachos, muchos hermanos-as venezolanos, que “se matan” literalmente pedaleando en las bicicletas, llevando nuestros domicilios de Rappi, o aquellos conductores de moto que arriesgan sus vidas por la guerra del centavo impuesta por el sistema.
Hoy pienso en esos miles de compatriotas que en elecciones no les es permitido ir a votar porque deben trabajar, cuando ameritaría la ocasión para declararse día cívico; pienso en la escena que prolifera en los semáforos de familias con niños-as venezolanos pidiendo limosna o vendiendo cualquier cosa; pienso en nuestros laboriosos y sacrificados campesinos que trabajan por la satisfacción de servir para que tengamos alimentos en nuestra mesa, sin contar con remuneración justa, acceso a la salud, pensión o cobertura por accidentes o incapacidad laboral; pienso en los trabajadores mineros y en las dinámicas esclavistas a las que son obligados en pleno siglo XXI; pienso en las millones de mujeres que casi no duermen por la recarga del trabajo familiar y social, adicional a los compromisos laborales; pienso en las deficiencias nutricionales de tantos y tantas a quienes no les alcanza el mínimo para el consumo proteínico, y se exponen a mayores riesgos de enfermedad: obreros-as de nuestras industrias y fábricas, y los que construyen nuestras viviendas, edificios y vías públicas, personal de servicios generales y vigilantes; pienso en las altas exigencias, largas jornadas de trabajo y peligros que deben sortear policías y militares que nos brindan seguridad; vienen también a mi memoria, muchos trabajadores de la salud que de forma paradójica deben preservar y cuidar la vida, en condiciones de agotamiento extremo; nuestros periodistas y comunicadores que en el medio del espectáculo, son explotados con salarios bajos y alta informalidad.
Cómo no pensar en el acoso laboral y sexual del que tantas personas son víctimas silenciosas por el temor a las repercusiones, el machismo sin control y sin decoro alguno que desconoce el aporte de las mujeres, las niega, las subestima y las maltrata de maneras sutiles y evidentes.
Conclusión, además de pensar y reflexionar, los colombianos-as tenemos mucho por hacer, por ganar, por reivindicar, porque además de ser victorias de la civilización humana, constituyen mandatos constitucionales y legales, porque se trata de una cuestión de autoestima, amor patrio y dignidad. ¡Actuemos!
¡Feliz día del Trabajo!