Ayer tuve que conciliar el sueño con una imagen macabra, un documento que anunciaba una de las tantas amenazas que hoy padecen los lideres sociales y políticos en Colombia. Todo esto sucede en plena construcción de la paz y en el marco de una sociedad y de un Estado que se horroriza ante el terrorismo mundial pero que justifica o se hace el de la vista gorda frente a la muerte de miles de hermanos. Si bien, las cifras de la guerra y los enfrentamientos han bajado, también es cierto, que los espíritus del odio afloran cada vez que se anuncia un avance en las negociaciones. Ese tenebroso espíritu ya está haciendo de las suyas, amedrentando, desplazando, matando y silenciando el pensamiento divergente.
Y es que pensar distinto, es una sentencia de muerte en Colombia. Los proyectos de izquierda, la movilización social, la construcción de alternativas distintas a los tradicionales partidos políticos o movimientos clientelares, son mal vistas y satanizadas en el país del “sagrado corazón de Jesús”. El territorio de macondo ha sido cooptado por el olvido, el miedo, los actores de la guerra, los odios, las venganzas y por encontrar en cada rosa un motivo para la muerte, es más, las rosas se convirtieron en el símbolo de la muerte, esas que adornan los miles de ataúdes que encierran para siempre las esperanzas y las ideas.
Sí, ayer me acosté preocupada y triste. Vi unos de esos mensajes que son enviados por las aves de la guerra a un actor territorial, a un líder social. Un mensaje que relaciona varios nombres que están en la lista para la muerte, bajo el lema que “Bogotá no puede seguir en manos del comunismo”, dicen que los amenazados serán los primeros en ser empacados en una “bolsa de basura”, saben de sus familias, esposas, hijas, saben de su gente. De un momento a otro, se convierten en blanco de la guerra, cuyo único pecado es pensar diferente. Hace poco veía a uno de estos amenazados sonreír y disfrutar de la movilización social, convencido del inicio de una nueva historia, aunque sé de su valentía, no me imagino su rostro actual o la angustia de su gente. Él tampoco imagina la tristeza que me produce esta clase de noticias.
¿Hasta cuando serán parte de nuestra historia y léxico, los actos, símbolos y expresiones de la guerra? Matar, amenazar, desplazar, desmembrar, descuartizar, picar, desaparecer, violar, al peor estilo de la violencia de los años cincuenta. Tantas expresiones y acciones de la infamia construidas a lo largo de estas décadas y por todos los actores de la guerra (derecha e izquierda). Aquí nadie se salva, ni la sociedad civil, silenciosa y hasta cómplice del exterminio y la vergüenza.
Para colmo de males, un grupo significativo de políticos y actores sociales atizan de forma permanente el odio y la venganza. No se imaginan el daño que hacen con cada tweet, cada mensaje, cada entrevista, cada artículo, cada discurso, cada palabra. No tienen ni la más mínima idea de los espíritus de odio que engendran y reproducen, o más bien, son conscientes de los beneficios que la guerra les trae, al final, se han beneficiado de ella.
En serio ¿hasta cuando? ¿Cuanta terapia, psicoanálisis, psiquiatras, apoyo moral, religión, misas y oraciones, necesitará el pueblo colombiano para levantarse de la guerra que parece habernos insensibilizado? Recuerdo a una tía abuela diciendo, “hoy no hay muertos, están malas las noticias”.
Nos acostumbramos al horror, al terror, como buenos cristianos, creemos que la eternidad se construye en el sufrimiento. Así las cosas, todos los colombianos estaríamos destinados al reino de los cielos, eso sí, después del infierno en que hemos convertido esta tierra ¿Cuántos más? Hoy los noticieros y los periódicos siguen preocupados ante la frustrada fecha, llegó el 23 de marzo de 2016, el supuesto día de la firma y sin firma, sabemos que el diablo está en los detalles y estos detalles requieren de mayor tiempo, reflexión y concertación. Quisiera ver a los medios de comunicación preocupados por las cifras de la guerra, esa que aún no para y que promete amargar parte del posconflicto. De hecho los territorios transitorios de paz o mal denominadas zonas de concentración, el desarme, la refrendación e implementación, son asuntos de alto calado que de quedar bien, pueden garantizar la vida de miles de guerrilleros y de seres humanos hoy, lamentablemente actores o involucrados en los territorios en donde se desarrolla el conflicto.
Ya es hora de parar, sentir pena y tristeza por ser el segundo país más alto en desplazamiento interno, después de Siria, esto es, más de 5.7 millones de desplazados entre 1985-2012. Según la Unidad de Víctimas, más de 7.8 millones de colombianos han sido víctimas del conflicto armado, cifras desagregadas por el Centro Nacional de Memoria Histórica, así: 218.094 muertos (1958-2012), 27.023 secuestros (1970-2010), 1.566 víctimas de atentados terroristas (1988-2012), 25.007 víctimas de desaparecimiento forzado(1985-2012), 1.754 víctimas de violencia sexual (1985-2012), 10.189, víctimas de minas (1985-2012), 1.982 casos y 11.751 víctimas de masacres (198-2012), 5.156 víctimas de reclutamiento ilícito (1988-2012), entre otros datos.
En pleno proceso de paz, las cifras siguen avanzando. Amnistía Internacional denunció que entre enero y septiembre de 2015, fueron asesinados 51 defensores de derechos humanos, suma a la que debe agregarse los 45 del año 2014. Recordarán que más de 100 mujeres del movimiento político “Marcha Patriótica”, hicieron un acto simbólico y de vigilia, por los 112 militantes asesinados entre la fecha del surgimiento del movimiento (2012) y hasta lo recorrido del 2016. Así las cosas, parecen no ser suficientes los 3.000 militantes muertos de la otrora “unión patriótica”, al mejor estilo de las legiones del mal, todo lo que suene a izquierda, divergente e incluso lo que ahora llaman “guerrilleros de escritorio o de las redes sociales”, deben terminar para que esto siga igual, para que la guerra se eternice.
Mientras tanto, ¿qué está haciendo el Estado?, ¿avanzan las investigaciones?, ¿intervienen de forma inmediata en el territorio?, ¿tienen ubicados los territorios cooptados por el horror y el miedo? ¿cómo enfrentan la geografía actual de la guerra y cómo enfrentarán la geografía del crimen que se potenciará bajo las lógicas del posconflicto?, ¿qué garantías tienen los lideres sociales y actores territoriales en Colombia?, ¿existen protocolos claros ante las amenazas? Surgen muchos interrogantes, de no actuar rápido, el país perderá muchas vidas. Así las cosas, la firma de la paz me importa muchísimo, pero sin duda, lo que verdaderamente me trasnocha, es la vida de miles de colombianos vulnerables ante la guerra por el simple hecho de pensar diferente.
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N. de la D.
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