Opinión: NUESTRA ACADEMIA COLOMBIANA DE HISTORIA MILITAR. Por John Marulanda. Destacado

23 Jun 2016
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Historia es una colada de milagrosos relatos campesinos, revueltos con fatuos proyectos políticos anhelantes de bronce y entreverada con mentiras, ansias de dinero, venganzas y pizcas de ideales. Los mitos fundacionales históricos de cada país, entonces, deben ser sujeto de revisión continua para dar solidez a la nacionalidad, al ser y actuar como ciudadanos.

En esa vital tarea está empeñada nuestra Academia Colombiana de Historia Militar, a contrapelo del castro-chavismo que pretende cambiar la memoria histórica de América Latina, con insultos, amenazas y liberticidios, al punto que el pensamiento de Bolívar justifica el racionamiento alimentario a cargo de los Comandos Locales de Alimentación y Producción (CLAP), copia venezolana del Holodomor estalinista de 1932 que mató de hambre a millones. El comunismo intenta reescribir la historia de cada país, dentro de su proyecto de Refundar Latinoamérica de acuerdo al plan estratégico del Foro de Sao Paulo y bajo la rúbrica del socialismo del siglo 21.

Una tal Comisión de la Verdad, con historicistas de la mamertada criolla, difundió un panfleto que descalifica a nuestros soldados, apreciados por más del 85 % de la opinión pública y lava la culpa al lumpen-farianismo, rechazado por mas del 97 % de la ciudadanía. De triunfar esta perversidad, el rencor que anima a la fracasada izquierda enviará a la hoguera nuestras caras tradiciones militares e impondrá una cartilla con “héroes” que secuestraron, torturaron, asesinaron, dinamitaron y extorsionaron en nombre de los señores Marx y Lenin. Y no son solo documentos.

En Caracas, honran un busto del bandolero alias “Tirofijo”, cuya toalla una encopetada burócrata propuso exhibir en el Museo Nacional de Colombia. En una Universidad del Ecuador, se erigió un monumento a Arturo Jarrin, asesino de policías. En Bolivia, Evo considera al Che un ejemplo a seguir en la región, mientras a esa misma engañifa revolucionaria la honran en la Universidad Nacional en Bogotá, con una plazoleta tan rayada como el cerebro de sus embozados tirapiedras.

En Colombia intentaron las hienas parafarianas que medran en nuestro desprestigiado Congreso, levantar un monumento a un revolucionario cura homicida. El pueblo entero lo impidió, aunque no es de extrañar que con algunas de las armas que “dejen” los bárbaros, se erija un busto al Mono Jojoy.

Ante este preocupante horizonte, la Academia Colombiana de Historia Militar adelanta la difícil misión de preservar casi 300 años de historia castrense. Y en eso la debemos apoyar todos los ciudadanos, porque han sido y son nuestros soldados, marinos y pilotos los que con su sangre han preservado las libertades que tenemos, ahora en peligro por cuenta de la vanidad y la sinrazón.

Cota: la próxima visita del Procurador a Medellin, nos debe reunir en reflexión sobre el futuro de la patria.

John Marulanda

Consultor Internacional en Seguridad y Defensa

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