Pero hay una oportunidad. Si mientras le metemos el banano y el aguacate a la China le abrimos la puerta a su avanzada tecnología, pronto tendremos a Huawei y a ZTE vendiéndonos la tarjeta de la felicidad, equivalente al venezolano Carnet de la Patria, remedo tropical de la tarjeta de crédito social que opera en 43 ciudades del gigante asiático y que está convirtiendo a China en la primera dictadura digital de la historia, con el apoyo inicial de unos 200 millones de cámaras de vigilancia pública. Los puntos mas o menos que genere el comportamiento de cada uno de acuerdo a las normas establecidas por los que están en el poder, es decir por el partido comunista, serán la guía que lo conducirán a uno por el camino de la vida con referentes políticos inmutables, seguridad, progreso, placidez, premios y castigos previsibles. Felicidad marxista, pero desgracias ontológicas y existenciales advertidas por Aldous Huxley en “El Mundo Feliz” (1932) y George Orwell en “1984” (1949), ambos británicos como los del tal ranking de felicidad. Se corren dos riesgos: o los algoritmos de crédito social se operan por estúpidos y terminamos convertidos en zombis, muertos vivientes, como los que vemos en cada esquina en nuestras ciudades con un cartón y un letrero garrapateado que reza: Somos venezolanos, tenemos hambre, ayúdenos. O nos convertimos en una comunidad rígidamente jerarquizada, totalmente controlada y con roles definitivos, es decir una sociedad de hormigas o abejas. Mao tenía razón, dirán sus hoy septuagenarios fans, ayer esgrimidores ardientes del librito rojo, anticipo del azul de Chávez, y al ver que China reta a USA como potencia global, esbozarán sonrisas que seguramente aportarán para que Colombia sea clasificado como el tercer país más feliz del mundo.
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