Como lo expresé en escrito reciente para el primer número de la revista digital “PANDEMIA”, que dirige mi buena amiga Gina Montealegre, ese virus ha implicado un apreciable crecimiento del papel del Estado –por lo menos ante la expectativa popular-, dando lugar a unas mayores facultades, aceptadas inclusive por las tendencias enemigas del intervencionismo. Pero, ante los hechos, cabe meditar no solamente en ese fundamental concepto alrededor del cual giran la Ciencia Política y la Teoría del Estado, “el Poder” –el que está en cabeza de los gobernantes-, sino en lo contrario, que en estos meses ha quedado al descubierto en muchas partes: la incompetencia, la ineptitud, la falsedad, el fracaso del poder. En tal sentido, como lo prueban los hechos, el Poder –con mayúscula, el de los presidentes y los primeros ministros- ha sido puesto a prueba, y ésta ha dado negativo: no han podido con el virus. Se ha mostrado, sin posibilidades de ocultar –aunque los medios y los informes oficiales han ayudado a los gobiernos a disminuir el impacto-, la impotencia o ineptitud, que consiste en carecer del poder, es decir, en el drama de gobernantes que, como Donald Trump, Boris Johnson, Pedro Sánchez, López Obrador, Lenin Moreno , Jair Bolsonaro o Sebastián Piñera, entre otros, han pasado de la omnipotencia a la desesperación, a la agresividad, a la burla pública –como en el caso del presidente norteamericano cuando sugirió, como tratamiento contra el contagio, unas inyecciones de desinfectante- . Han llegado a aceptar, demasiado tarde y a regañadientes, decisiones –como la cuarentena-, impuestas por la dura realidad y en razón del formidable poder del coronavirus, y después, varios de ellos, bajo presión de poderosos intereses financieros y empresariales –lo que demuestra que tampoco ante ellos ejercen un genuino poder- las han desmontado sin decirlo. “Que todos piensen que seguimos en cuarentena, pero la cuarentena se acabó”, dirán sus asesores. “Y que cada cual se defienda como pueda. No podemos hacer nada más”. Derrota del poder del Estado ante otros poderes.
Un fenómeno interesante, que no deja de tener un cariz político, pero que merece la reflexión de periodistas y comunicadores, y que se ha visto evidente durante los días de pandemia: el influjo del poder, pero no del poder o liderazgo de los gobernantes, sino del poder económico o partidista en muchos –no en todos- los medios electrónicos de comunicación. Encuestas, maquillajes, informes y análisis no rigurosos, no confrontados, no exigentes, en que la tozudez del periodista investigador (fastidioso para el gobernante) ha sido reemplazada por la sumisión y la amabilidad de quien presenta la noticia… muestran la obsecuencia del patrocinado. Por eso, de tiempo atrás, quien esto escribe ha sostenido que, en muchos países, y aquí también, debería estar prohibida la propaganda oficial pagada en los medios privados porque les quita su libertad.
¿Quién tiene el verdadero poder?
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