Opinión Online: MÓNICA, 35 AÑOS, DESPLAZADA. Teresa Consuelo Cardona
A Mónica ni por la cabeza se le pasa que ella es víctima del presidente que ayudó a elegir, para que unos cuantos pudieran volver a sus fincas. No sabe que ella y cuatro millones de colombianos jamás podrán volver a sus fincas.
Lo último que yo haría en la vida es humillar a alguien porque no tiene plata o porque no tiene dónde dormir, porque cuando uno no tiene nada, es cuando todos lo quieren humillar, dice Mónica, con la vista puesta en el piso. Calla durante algunos segundos, como para reflexionar sobre sus propias palabras. Levanta un poco la cara, pero no su mirada. Y continúa: "Es que eso que uno se acuerde de qué familia es que viene, que tuvo tierras, cafetales, ganado, casas en el pueblo, justo cuando no tiene ni para darle 'aguapanela' a los hijos, es muy duro. Y entonces uno dice, pero, ¿por qué? Si yo no le hice mal a nadie. Y ahí está, nadie sabe por qué. Pero uno está tirado en un andén, con hambre, al sol, sin poderse bañar, y todo el mundo lo mira con desprecio, como si uno fuera el peor paramilitar. Como si el asesino fuera uno".
Mónica tiene unos 35 años, tal vez menos, muy marcados por el dolor, la angustia y la incertidumbre. Se siente feliz porque la llamaron de la Unidad de Atención a Desplazados y dentro de poco, el gobierno la va a indemnizar. No es para menos, tras trece años de tragedia, desamparo, trashumancia, tristeza, desesperación, soledad y abandono. Dice que en unos tres o cuatro años más le arreglan la situación. Es lo que se ha demorado el Gobierno con otros desplazados en igual situación, después de que les anuncian el pago.
"Yo vivía bueno. ¡Es que yo no era pobre! Yo tenía mis tres comiditas, mi ropa y mi casa. Yo tenía todo lo que una persona normal tiene en su casa. Y no me lo había dado nadie. Mi familia trabajó siempre para tener lo que teníamos. Primero, llegaron con un papel que decía que el lote que nos había regalado mi mamá a mí y a mis hermanos no era de nosotros. Ese lote se lo dejó el papá a ella desde hacía como treinta años, cómo no iba a ser suyo. Ella nos dijo que construyéramos las casas ahí, porque era mejor vivir en el pueblo que en la finca. Y mi esposo y yo adelantamos una casa muy buena. Pero no, que la casa era de don Fulano, porque el lote era de él. Y luego no hubo forma de probar que era de nosotros ni con los papeles al día, porque ya habían cambiado los documentos en la Oficina de Registro y en la Notaría, y el juez que vino nos dijo que era mejor que entregáramos por las buenas. Nosotros veíamos los noticieros, por eso sabíamos que si no entregábamos la casa, nos iban a matar. Entregamos porque nadie nos iba a defender. La policía, el ejército, todas las autoridades estaban con ellos. Con los ladrones. Y luego, a mi hermano me lo mataron, porque él sí se puso a defender ese lote. Apareció tirado, por allá. Dijeron que murió en una riña, ¡como si él alguna vez hubiera peleado con alguien!".
"Y luego, cuando nos amontonamos todos en la finca, llegaron los paramilitares. Que les entregáramos la finca. ¿Usted sabe lo que es eso? Salir como perros con lo poco que pudimos sacar y dejamos todo lo valioso. ¡Nadie sabe lo que es eso! Y nadie se imagina, cuando sale despavorido porque lo van a matar, que va a pasar tanto tiempo en eso, corriendo, llorando, pidiendo, humillándose, aguantando hambre, durmiendo en las calles. Yo a veces le pregunto a Dios, por qué me sucedió esto, pero mejor me calmo y leo la Biblia y entonces aprendo que al final yo tendré mi Paraíso. Eso es lo único que me mantiene viva. Y mis hijos. Tengo tres. Yo estaba embarazada cuando esto empezó, en el 2001. Mi hijo no sabe qué es vivir que no sea arrimado. No sabe cómo es tener un sitio, un hogar. Hasta ahora, después de 13 años que él tiene, es que nos recibieron en esta finca. No nos pagan, pero nos dejan sembrar aquí y ya, por lo menos tenemos qué comer todos los días... Mi hijo, el mayor, nunca ha podido estudiar como se debe. Me da pesar porque él es muy inteligente. Los dos pequeños tampoco... ¡Ahora no me vaya a decir que por qué me llené de hijos! Yo también tenía derecho a dormir con mi marido. Vaya usted y pida para anticonceptivos... la mandan a comer... ¡Usted sabe!".
Mónica no para de hablar, no puede ahora que tiene quién la escuche. Sus manos están aferradas a sí misma, como en un autoabrazo. Nunca levanta la mirada. Su cuerpo, encorvado, se mueve de lado a lado y solo se detiene a veces, cuando profundos suspiros le arrancan recuerdos y más palabras. De vez en cuando calla y aunque su cuerpo y su rostro se contraen y sus manos se aprietan, no llora. Se nota que decidió no volverlo a hacer.
Toma aire y reinicia: "No sé por qué me pasó esto. Es la voluntad de Dios. Y Él va a castigar a los que nos hicieron tanto daño. Cuando ellos estén en el infierno, se acordarán de mí. Pero ya será tarde. Yo ya estaré en el cielo".
Ni por la cabeza se le pasa que ella es víctima del presidente que ayudó a elegir, para que unos cuantos pudieran volver a sus fincas. No sabe que ella y cuatro millones de colombianos jamás podrán volver a sus fincas.