Opinion (2221)

La parca en su deambular, teme al prudente con conciencia sepulcral ;

 el alma del prudente en el infierno no tiene lugar, 

para la parca el terco es un trofeo.

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Sacar a los militares a la calle en esta etapa de la pandemia, es inoportuno. Se puede enfermar y agotar prematuramente un recurso decisivo para la estabilidad del país, cuando las cosas se pongan realmente complicadas, especialmente aquí en donde los grupos armados ilegales están creciendo y el tráfico de armas es asustador: antier nomás, se decomisaron 26 fusiles de guerra en una vía pública. El empleo de los soldados en ambientes urbanos, una complicación para los planificadores militares, requiere una legislación especial pues se trata del eventual empleo de armas letales para enfrentar asuntos de delincuencias organizada y común o de rebrotes de turbamulta, previsible durante las etapas que vienen en la evolución del Codiv-19.

 

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Quizá como nunca antes, está justificada la declaración del Estado de Emergencia previsto por el artículo 215 de la Constitución. La irrupción del virus COVID19 en nuestro territorio constituye una verdadera calamidad pública y afecta de manera grave el orden público económico y social. Así que la decisión adoptada por el Presidente Iván Duque tiene pleno fundamento en los preceptos superiores y responde a una obligación básica de las autoridades: la de proteger a todas las personas residentes en Colombia en su vida, su integridad y su salud.

 

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Estamos ante un escenario de guerra. Amenaza creciente de heridos – enfermos- y muertos. “Parece como si estuviéramos cruzando por la mitad de un campo de batalla”, dice una enfermera italiana. Se levantan hospitales de campaña; se implementa el Toque de queda y se ordena protección en refugios, casas; se suspenden todo tipo de vuelos; hay adquisición paranoica de alimentos;  hay servicios públicos reducidos; se expiden medidas económicas de emergencia; funcionarios públicos y técnicos se han tomado los medios. Se redondea la perspectiva de desastre con refugiados venezolanos, narcotráfico, corrupción, criminales de guerra impunes y orondos, violencia reciclada y el enredado poder político del ejecutivo. Las diferencias con un teatro de guerra real son las sirenas y el enemigo. Claro que China comunista es la originadora, incidental o no, de todo este desbarajuste, pero no vamos contra ella, sino contra ello, contra el virus. La polémica de nunca acabar entre pragmáticos y libertarios, concita a algunos enfermizos políticos de izquierda y derecha a la caza de oportunidades, aún a riesgo de caer todos en una catástrofe, que está tocando a la puerta. Y hoy como ayer, en todas las latitudes, ante sospechas de un desorden social mayor en el que la violencia individual o grupal se desborde, se recurrirá a los militares, argumento final para contener el caos causado por decisiones equivocadas o por el miedo. Porque, finalmente, el exitoso manejo de la crisis es un asunto de inteligente administración de recursos materiales e inmateriales disponibles y las Fuerzas Armadas son un recurso invaluable y decisivo en este tipo de escenarios. Preocupa que los uniformados caigan también afectados por el coronavirus dados su permanente exposición pública y el confinamiento y estrecha convivencia que exigen su organización y disciplina. En esta eventualidad, como en un caso de guerra, la Reserva Activa deberá ser empleada a fondo.

 

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