Llega el Santo Padre a Colombia. El argentino Jorge Mario Bergoglio, quien tomó el nombre de Franciso -en homenaje al santo de Asís- es el tercer Papa que visita nuestra tierra, después de Pablo VI en 1968 y de Juan Pablo II en 1986. De modo que los colombianos seremos bendecidos una vez más por el conductor de la Iglesia Católica, lo cual nos alegra y nos consuela en medio de tantas vicisitudes.
Aun para los no católicos -e incluso para los ateos-, el Papa es un símbolo de reconciliación, de amor, de fraternidad, de paz, de justicia. Eso es lo que predican los papas modernos, tras haber superado las oscuras épocas de la inquisición y de la fe impuesta mediante la amenaza, la persecución, la tortura y la hoguera.
Hoy, más que nunca -dadas las características especiales del pontificado de Francisco-, la presencia del papa entre nosotros constituye al menos una oportunidad de meditación y análisis sobre cómo vivimos, y en especial sobre cómo convivimos los colombianos. Es una ocasión para reflexionar y para encontrarnos. Para pasar la página de los estériles enfrentamientos y para buscar entre todos un mejor futuro, que favorezca la verdadera vigencia del Estado Social y Democrático de Derecho.
Esta será una pausa de pocos días en nuestro acelerado y angustioso trajín. Un tiempo para intentar que los extremos dialoguen sinceramente, y para que, quienes no estamos en los extremos, pensemos en el aporte que podemos hacer a la sociedad, y particularmente a las nuevas generaciones, que no tienen por qué padecer las consecuencias de las muchas equivocaciones en que ha incurrido desde hace años nuestra clase dirigente.
Es una oportunidad para la sinceridad, para el diálogo, para la verdadera paz, que excede en mucho el limitado campo de los acuerdos celebrados y de las normas aprobadas con precipitud e improvisación.
Vale la pena intentarlo. ¡Bienvenido Papa Francisco!