El delirio de grandeza y la auto percepción de superioridad bloquean el deber de corresponder a sus seguidores y dirigidos conforme a lo establecido en la constitución y la ley. El megalómano es un autócrata y narcisista que puede considerar su tirano, corrupto y criminal proceder como algo normal y común, encontrando una autojustificación incongruente entre su discurso y su actuar.
Es común que el megalómano, mientras predica justicia e igualdad, cometa crímenes y abusos, o se enriquezca para seguir reafirmando su ego. El megalómano no respeta las reglas y considera que tiene patente de corso para actuar como pirata, mientras que con grandes esfuerzos intenta demostrar lo contrario.
Maximilien Robespierre, Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler fueron megalómanos que, a lo largo de la historia de la humanidad, predicaron argumentos para defender sus ideales y su causa, manchando sus manos y conciencias con la sangre de millones de personas. Utilizaron la violencia y el terror para mantener su poder en el intento de cumplir sus objetivos. Los megalómanos hacen tanto daño que son destruidos por su ambición y por su propia causa. El megalómano suele rodearse de personas que alimentan su grandiosidad, lacayos y secuaces que se dedican a crear un entorno donde las críticas son silenciadas y las decisiones unilaterales prevalecen. Hacen lo necesario, incluso corromper la institucionalidad. Con este proceder no solo se socava la democracia y la justicia, sino que también lleva a la implementación de políticas y decisiones para favorecer al megalómano líder en detrimento del bienestar general de la sociedad y del estado.
Actualmente el afán del gobierno por realizar reformas y mantenerse en el poder lo lleva a cometer los actos de corrupción más aberrantes y descarados, apropiándose de los recursos de los más necesitados. Los recursos del estado para la prevención y atención de desastres son utilizados para corromper a los legisladores, en un escándalo vergonzoso. Hechos despiadados que no pueden quedar en la impunidad. Un estado en poder de un megalómano sufrirá las consecuencias de tan perversa aberración, y será sumido en la desgracia, la corrupción, la pobreza y la muerte.
Es crucial educar al pueblo como titular del poder soberano, sobre los peligros de la megalomanía y la importancia al momento de elegir gobernantes que demuestren humildad, empatía y un compromiso genuino con el bien común. Solo así podremos construir una sociedad más justa y equitativa, libre del yugo de la corrupción.
¡De los megalómanos, líbranos, Señor!