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La democracia liberal, presentada en los albores del neoliberalismo como el fin de la historia, está obligada a rechazar cualquier forma de gobierno que se aparte de este modelo. En este orden de ideas, el golpe militar en Honduras, aunque depone a un gobierno antineoliberal, está condenado al fracaso porque no podrá ser reconocido como legítimo por ningún gobierno que tenga por regla el principio democrático.
Hasta aquí vamos bien. Es evidente que un golpe militar viola ostensiblemente la regla y no queda más que condenarlo ipso facto. Es, por demás, la manera más burda de violar la democracia. Podría asimilarse al pervertido sexual.
Pero es que en la práctica existen otras formas de violación de la vida democrática que resultan muy sutiles y difíciles de contrarrestar por la sociedad dado que, una vez establecidos, los gobiernos pueden manipular las normas constitucionales e inclinarlas a su favor.
Es la vía emprendida por gobiernos democráticamente elegidos que luego, mediante reformas constitucionales hábilmente impulsadas en el Congreso o a través de referendos populares, se aferran al poder como los remaches.
Tanto en el orden nacional como en el internacional, debieran contemplarse fórmulas expeditas para juzgar a estos violadores de la democracia, con similar celeridad con que se condena un golpe militar.
Las cosas se deshacen como se hacen, dicen. En este sentido, las mismas facilidades que se otorgan a los ciudadanos para elegir debieran servir para deselegir. Es decir, elegimos porque el Estado financia las elecciones, pero cuando se trata de revocar mandatos, los ciudadanos interesados en el proceso tienen que financiar con sus recursos la recolección de firmas, un proceso que resulta dispendioso y harto costoso, sin tener en cuenta que debe ser refrendado por las instituciones, como la Corte Electoral y el Congreso, que con frecuencia resultan ser apéndices del gobierno que se pretende revocar.
Fuera de eso, las firmas que propendan por un referendo revocatorio deben ser un tanto por ciento del potencial electoral, y no, como en la elección, que se decide por la mitad más uno sin importar el grado de abstención que se presente.
Resulta así imposible revocar un mandato siguiendo el debido proceso, y por eso, los golpes de Estado o de fuerza, incluyendo la rebelión armada, siguen siendo una opción en el imaginario colectivo de la sociedad.
El asunto de la violación democrática pasa a mayor gravedad cuando, como parece ser el caso en varios países, se reviste de voluntad popular. Como algún iniciado de intelectualidad fascista lo acaba de decir en Colombia, la voluntad popular constituye la fase superior de la democracia. Es decir, si el pueblo lo quiere, cualquier gobernante puede convertirse en dictador a perpetuidad y su mandato, así obtenido, no pudiera ser tachado de antidemocrático.
Si la esencia de la democracia es precisamente el respeto a la ley y la alternación en el poder por la vía electoral, a tiempo que se condena la interrupción abrupta debiera condenarse la prolongación indefinida, que tanto una como otra niegan el ejercicio democrático.
Ese es el quid del asunto. Los organismos internacionales y los gobiernos democráticos que hoy desconocen al gobierno provisional de Honduras, debieran desconocer también a gobiernos como el de Uribe en Colombia que se hizo reelegir mediante el delito de cohecho o el de Calderón en México que fue fruto de un ostensible fraude electoral.
No se trata de defender o atacar a nadie. Se trata de ser consecuentes con las normas que rigen la democracia, independientemente de las ideologías que van y vienen, es decir, se alternan, en la vida política de los países. Más claro aún: la democracia es una forma de gobierno (inamovible) que puede pasar de un gobierno de derecha a uno de izquierda, sin romperse ni mancharse.
No se convence el Gobierno de que los grandes problemas institucionales surgidos en la última época la "yidispolítica", la "parapolítica", la indebida votación del referendo, que ha ocasionado a su vez una investigación penal contra los congresistas, las "chuzadas", los "falsos positivos" -para mencionar tan sólo algunos- no son ocasionados por las normas jurídicas vigentes sino por el mal comportamiento de las personas, y por una extendida falta de ética en la actividad pública.
Entonces, no bien se acaba de aprobar en el Congreso una reforma política cuyo orígen se encuentra precisamente en la crisis institucional y que se presentó como formula destinada a conjurarla o al menos a recuperar algo de la dignidad y prestigio del Congreso -ni siquiera se ha promulgado el texto del Acto Legislativo-, cuando ya el Ejecutivo ha puesto sobre la mesa un nuevo proyecto de reforma política en relación con el Congreso, una de cuyas propuestas centrales ha sido la muy infortunada de restablecer la inmunidad parlamentaria.
Esta idea, que ya fue desechada por el Presidente de la República, está complementada por otras, como la modificación de los requisitos para ser elegido Senador o Representante; la consagración de un cuerpo de asesores expertos para que ayuden a los congresistas, la reforma del reglamento del Congreso, que de ninguna manera apuntan al objetivo central de recuperar esa institución para la democracia.
A nuestro juicio, el asunto no es de normas, ni de reformas constitucionales o legales, sino de calidades humanas, morales y profesionales de quienes llegan al desempeño de los cargos; y de una profunda convicción sobre la independencia, autonomía, separación y mutuo control entre las ramas del poder público.
Nadie lo notó, pero cuando el Señor Presidente de los colombianos Álvaro Uribe Vélez hizo alusión a una frase célebre del dramaturgo y poeta alemán Bertol Brecht, en el homenaje que le rindiera a ilustres hombres del Huila, entre ellos, Olga Duque de Ospina, Guillermo Plazas Alcid, Felio Andrade, Rómulo González, Roberto Liévano, David Rojas Castro y Rodrigo Villalba Mosquera, estaba refiriéndose a sí mismo y a lo que quería de sí mismo hacia futuro.
Su pasado y presente, basado sobre la égida del trabajo. Sin lugar a dudas, el trabajar, trabajar y trabajar, es la esencia de su desempeño como servidor y como director de esta orquesta que ha parido sus mejores letras.
Su lucha, una constante política y personal, emanada de su raza paisa y de su árbol familiar, que en ocasiones, ha radicalizado la contienda y puesto contra la pared a sus adversarios.
Su futuro, incierto a la mirada de un miope cuyas gafas empañadas no lo dejan ver, sin embargo, claro frente al que concibe la política como cuan esotérico interpreta una escultura.
Tal vez, en el momento de su primera elección como Presidente de la República, fue indispensable o imprescindible. En su primera reelección, fue aventurado y valiente. En la segunda reelección, ni indispensable, ni imprescindible, ni aventurado, ni valiente: Ahora es atrevido. Atrevido de atreverse, no de insolentarse o de perder el respeto debido, sino de determinarse a hacer o decir algo que implica un riesgo.
Un riesgo: a) Para él? b) Para su partido? c) Para la democracia? d) Todas las anteriores e) Ninguna de las anteriores
La respuesta correcta puede ser a), y entonces no importaría, al fin y al cabo, ya fue presidente en dos períodos. Si es b), los amigos de la aplanadora uribista ya disfrutaron del poder en dos períodos. Si es c), el riesgo implica herirla en su más sentido de principios y pilares. Si es d), respuesta acertada. Y si es e), respuesta propia de los anárquicos.
De tal manera, que para qué correr riesgos personales, o poner en riesgo a sus amigos, y por el contrario, salvaguardar la democracia con un reaseguro: NO A LA SEGUNDA REELECCIÓN.
Es sano pensar que no somos los más lindos, ni los más sabios, y mucho más sano pensar que no somos IMPRESCINDIBLES.
"Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles."
BERTOL BRECHT
Porque siempre existirán quienes nos reemplacen. Veamos:
Hay muchos hombres que luchan un día y son buenos.
Hay muchos otros que luchan un año y son mejores.
Hay muchos hombres que luchan muchos años, y son muy buenos.
Y también hay muchos que luchan toda la vida, a pesar, todos esos NO son los imprescindibles.
GERMÁN CALDERÓN ESPAÑA
Todos los lemas de las campañas políticas resultan interesantes acertijos, pues, a través de ellos los candidatos deslizan abierta o discretamente, según su relación con el gobierno al que pretenden reemplazar, la que en su concepto resultaría ser la necesidad más sentida de la población al momento del debate electoral, a fin de conquistar los votos provenientes de tres vertientes electorales principalmente: los copartidarios, la franja de opinión y los estomacales, que son aquellos que votan tan sólo por prebendas burocráticas o económicas, que resultan ser la inmensa mayoría.
Hay en el mapa electoral del reciente pasado unos ejemplos muy citados por los analistas que ilustrarían lo fundamental de los lemas de campaña a la hora de conquistar a los electores:
1.- En Colombia, la lucha por la presidencia en la campaña de 1982 se definió por el lema Sí se puede, que le salió de chiripa al candidato triunfador Belisario Betancur, cuando se enfrentó al intento de reelección del ex presidente López Michelsen quien se opuso con un No se puede a la propuesta de su contendor en el sentido de adjudicar casa sin cuota inicial a las clases populares.
2.- En Estados Unidos, el viejo Bush ganó la Presidencia con el lema Léanme los labios con el que significó que en su administración no habría nuevos impuestos; luego perdió la reelección con Clinton cuando este dijo Es la economía estúpido. Y, ante el descalabro de la administración Bush (hijo) que ha puesto en entredicho la viabilidad del Imperio, algo muy caro a la idiosincrasia gringa, Obama arrasó en las urnas también con un Sí se puede reconstruir el sueño americano.
Ahora bien, si los candidatos dedican todo su empeño en definir sus lemas de campaña, los electores debieran tomarse su tiempo para intentar descifrarlos porque en ellos quedan implícitos unos mensajes subliminales de alto contenido político.
En Colombia ha empezado a desbrozarse perezosamente una campaña presidencial que tiene por referente fundamental la calculada posibilidad de que el actual Presidente aspire o no a una nueva reelección.
Así que, demos un primer atisbo a los lemas de los aspirantes presidenciales que se han lanzado al charco, en busca del mensaje implícito dentro de lo explícito, advirtiendo que todavía quedan en el vestuario tres pesos pesados de alto calibre: Juan Manuel Santos, Germán Vargas Lleras y Carlos Gaviria, y uno más, el propio Uribe si es que logra nuevamente -ganas no le faltan-, torcerle el pescuezo a la constitución para habilitarse.
Alfonso Gómez Méndez (liberal), ve en estos momentos un gobierno excluyente y por eso invita a construir un país Con las puertas abiertas a todos los colombianos.
Carlos Holguín Sardi (conservador), el gobierno de Uribe, al que perteneció por varios años, ha descuidado lo social, según el lema de este candidato que considera necesario pasar De la seguridad democrática a la prosperidad.
Cecilia López (liberal), habla de La hora de los derechos, con lo que se estaría afirmando que en el presente gobierno el Estado Social de Derecho, de que habla el prólogo de la Constitución es apenas un saludo a la bandera.
Sergio Fajardo (independiente). El carismático ex alcalde de Medellín nos anda diciendo a todos que tenemos, soportamos o sufrimos el gobierno que nos merecemos. Por eso machaca el eslogan de un Compromiso ciudadano por Colombia.
Andrés Felipe Arias (conservador). Uribito, como le dicen y le gusta, invita a Todos con Arias. Es decir, considera que si todos los uribistas van con él, no tiene pierde.
Iván Marulanda (liberal).- El regreso del liberalismo al Partido Liberal, es su lema. Este sí que me gusta, pues, quiere decir que alguien o algunos se han robado al otrora Glorioso Partido Liberal. Su actual director es el ex presidente César Gaviria, y si a él le está cayendo el guante, pues, que se lo chante. Aunque también la implícita acusación de este lema podría recaer en Uribe quien se hizo elegir como liberal independiente y anda periclitando su mandato como conservador recalcitrante. O también podrían ambos compartir la culpa, pues, que bien le caería al liberalismo liberarse tanto de uno como de otro.
José Galat (cívico-social).- Cambiemos todos, para cambiarlo todo, sin que cambie nada como en el Gato Pardo, podría pensarse, porque este eslogan está más trillado que maíz de arepa paisa. Pero, irónicamente, es lo que se requiere, como se ha venido haciendo, por ejemplo, en Venezuela, Ecuador y Bolivia, por citar a los más publicitados.
Aníbal Gaviria (liberal).- Por la equidad y la vida. Entendámosle a este aspirante que en Colombia no hay equidad y esto podría remitirnos a la equidad que debe primar en la justicia y los tributos, o en las relaciones obrero-patronales, por ejemplo. También nos habla implícitamente que en este país no hay respecto por la vida. Y él tiene motivos para afirmarlo: su hermano, siendo gobernador de Antioquia, fue asesinado por las Farc en un frustrado rescate a sangre y fuego que intentó el gobierno de Uribe, con lo cual, y por acción, puede compartir parte de la culpa.
Jaime Araujo (liberal independiente).- Un sueño de progreso y dignidad. El magistrado que más carácter demostró en la pasada Corte Constitucional encarna en su eslogan de campaña presidencial un sueño al que pudiéramos llegar sólo después de superar la pesadilla del momento. Se le abona: principio tienen las cosas.
Gustavo Petro (Polo Democrático Alternativo PDA).- Acordemos el futuro. Este eslogan remite también a la idea de que estamos como estamos por la polarización que se percibe en buena parte del espectro político nacional. Polarización de la cual, él es excelso protagonista.
Lucho Garzón (independiente).- Colombia sin indiferencia, Colombia sin hambre. Señala el ex alcalde capitalino que la sociedad colombiana actualmente está atravesada por dos llagas que llaman indiferencia y hambre y que, como no hay un gobierno que se ocupe de ellas, él podría ser la solución.
Marta Lucía Ramírez.- (de la U).- El camino de las oportunidades. Ninguno de los candidatos define tan bien su eslogan como esta senadora, perseguida por su propio movimiento político por haberse dado licencia de criticar la pretendida reelección del presidente Uribe. Su lema de campaña le dice a Uribe que se haga a un lado para que las oportunidades fluyan por todos los caminos que enriquecen la democracia.