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LA PLAZA Y LAS CORRIDAS: ¿ABUSO DE PODER DEL ALCALDE?
23 Jun 2012Por: Felipe Abello Monsalvo
POR: OCTAVIO QUINTERO
Una frase del presidente del Consejo de Estado, Gustavo Gómez Aranguren, resulta más que suficiente para medir el tamaño de la reforma a la justicia que acaba de aprobar el Congreso: “La razón se fue de vacaciones”…
Y si faltara algo para que el lector tome conciencia del asunto, el mismo magistrado agrega: “Esperamos que la razón vuelva de vacaciones y pase por los pasillos de la Corte Constitucional”.
Las declaraciones del presidente del Consejo de Estado se dieron al noticiero CM& momentos antes de que el propio ministro de Justicia, Juan Carlos Esguerra, declarara su insatisfacción por algunos aspectos de la reforma, especialmente el relativo a la pérdida de investidura de los congresistas.
Si en el pasado reciente la opinión pública quedó estupefacta cuando se reveló que los paramilitares tenían un control sobre aproximadamente el 35 por ciento del Congreso, ahora el asunto es que, con la nueva reforma, no se pueda depurar el sagrado recinto de las leyes.
No se requiere mucho esfuerzo mental para entender que, en medio de una democracia tan débil e imperfecta como la nuestra, puedan llegar al Congreso estos y otros indeseables que, en aras de la nueva reforma a la justicia, adquieran ciertas garantías de procesamiento penal, disciplinario y de pérdida de investidura que los hagan realmente invulnerables a la aplicación de la Constitución y la Ley.
“Esta reforma a la justicia es una vergüenza”, se dijo desde el comienzo del debate: y nada valió. La misma posición del ministro Esguerra parece ambigua, pues, nadie duda tampoco que en el seno de un “Congreso voluntarista”, se aprobó exactamente lo que el gobierno quiso.
Ni siquiera las altas cortes parecen salir inmaculadas, pues, resulta evidente que también el aumento del periodo de los magistrados de 8 a 12 años, y de 65 a 70 la edad de retiro forzoso, debió amortiguar la férrea oposición que en principio mostraron.
Por eso tampoco puede albergarse mucha esperanza de que la razón regrese de vacaciones cuando la Corte Constitucional aboque la revisión de la norma.
POR: JOSE GREGORIO HERNANDEZ GALINDO
Los congresistas colombianos perdieron totalmente la vergüenza. Sin sonrojarse, aprovecharon la reforma a la administración de justicia -que en nada resuelve los problemas reales de la justicia- para favorecerse, para beneficiarse, para sus propios intereses, para acabar con la pérdida de investidura y con los procesos penales en su contra. Y lo hicieron además durante el trámite de conciliación, excediendo las posibilidades de éste, toda vez que fueron introducidos puntos completamente nuevos, que no estuvieron presentes ni fueron discutidos, ni aprobados durante los ocho debates ya tramitados.
Los integrantes de las comisiones de conciliación únicamente gozaban de competencia para unificar los textos aprobados en las plenarias de Senado y Cámara, no para incluir nuevas normas, menos todavía si ellas estaban orientadas a otorgarles -a ellos- ventajas para las cuales estaban impedidos.
A la vez, los congresistas consagraron la impunidad para otros funcionarios comprometidos en escándalos como las chuzadas, la parapolítica, la yidispolítica y Agro Ingreso Seguro.
Y al mismo tiempo quienes se supone representan al pueblo resolvieron hundir el proyecto de ley que se había presentado para llevar a un nivel justo, mediante el cambio de fórmula, los precios de la gasolina.
En lo que respecta a la Constitución, a la cual están sujetas sus actuaciones, no les importó violarla de manera descarada y abierta, introduciendo en la conciliación normas que no pasaron por ninguno de los ocho debates y sorprendiendo al propio Gobierno, que se limitó a observar el asalto a las instituciones.
Ya se está promoviendo un referendo derogatorio de origen popular, con base en el artículo 377 de la Constitución, para que el propio pueblo se encargue de derogar el engendro.
¿Algo puede hacer el Gobierno ahora? Creemos que, infortunadamente, no. En la Constitución colombiana no está prevista como facultad del Presidente de la República el veto; no puede dejar de promulgar el Acto Legislativo; y respecto a una eventual objeción por inconveniencia o por inconstitucionalidad, no está prevista en la Carta para reformas constitucionales, y la Corte Constitucional ha sostenido que los actos legislativos no requieren sanción presidencial.
Entonces, al Presidente, que tanto insistió en este proyecto, sólo le corresponde el deber de promulgar el Acto Legislativo aunque le hayan metido goles. Que le metieron varios en el último minuto del partido.
El caso del General Santoyo puede inscribirse como “prueba reina” en ese proceso de la mentira organizada que impera en Colombia, pues, en las cumbres de su vida y obra rondan halcones de talla presidencial, parlamentaria y ministerial, sin contar la natural “complicidad” castrense, tan solo por aquello de la “solidaridad de cuerpo”.