La justicia consiste, como decía Ulpiano, en dar a cada cual lo que le corresponde. No más. No menos.
La justicia exige imparcialidad del juez, quien no se puede inclinar a favor ni en contra de ninguna de las partes, ni de ningún interesado.
El juez está obligado a actuar sin vínculo ni interés alguno de por medio. Su compromiso es única y exclusivamente con el Derecho. Debe conducir el proceso en todas y cada una de sus etapas, de conformidad con la Constitución y la ley, respetando el debido proceso, y en Derecho. No le corresponde resolver con base en sus propios criterios políticos, religiosos, ideológicos, familiares, sentimentales, deportivos, de amistad, y menos por la venta de su conciencia, porque en todos esos eventos, si se aparta del estricto campo que le corresponde - el del Derecho- comete delito de prevaricato.
Los jueces no pueden decidir por compromiso político, ni por gratitud hacia quienes los postularon o eligieron. Su meta consiste únicamente en algo trascendental y muy delicado: en administrar justicia a nombre del Estado. De manera autónoma, ilustrada, imparcial e independiente. En Derecho siempre, jamás con criterio político, ni por afinidad o cercanía con nadie. Al servicio del Derecho. De nadie más.