Somos un pueblo bonachón, permitimos que nuestras autoridades nos multen por comprar una empanada en la calle, mientras la Corte Constitucional considera que la prohibición de consumir bebidas alcohólicas y sustancias alucinógenos en lugares públicos debe ser declarada inexequible por trasgredir el derecho al “libre desarrollo de la personalidad”, dejando claro que los derechos de los consumidores de licor y de drogas, prevalecen sobre los derechos de los consumidores de empanada callejera, sin importar que el derecho al trabajo y al mínimo vital de quienes en la universidad de la vida aprendieron el arte de las ventas ambulantes para sobrevivir resulte afectado.
La Corte Constitucional nace con la Constitución Política de 1991, es un organismo perteneciente a la Rama Judicial, el cual antes de convertirse en monstruo, tenía la misión de ser la guardiana de la integridad y supremacía de la Constitución Política. La Corte está conformada por nueve magistrados, elegidos por el Senado de la República, de ternas presentadas por el Presidente, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado.
En la letra, esta perfección es la prueba de la intención de un pueblo que esperaba crear un Estado Social de Derecho, de vivir en una democracia, cuyo fin seria el interés general, la prosperidad, la solidaridad y el bienestar de los ciudadanos, sueño que se desvanece, “el guardián se convirtió en un monstruo”. El pueblo investido con el poder soberano, termina votando para escoger como sus representantes a un grupo de senadores, que no son más que unos mal llamados políticos, caudillos con intereses propios, oportunistas, adictos a la mermelada, elegidos por un pueblo somnoliento, que sin responsabilidad alguna, mediante voto popular permite que sus más corruptos representantes ocupen el lugar destinado para los padres de la patria, quienes contrario a sus deberes se dedican a destruir lo público, no conformes con el daño ya causado en ejercicio de sus funciones se siguen equivocando al momento de designar a los administradores de justicia, para que estos con una estocada legal, terminen de hacer daño contrariando a los libros sagrados y las buenas costumbres, profiriendo polémicos fallos, que ordenen liberar narcotraficantes, prohíban extradiciones, aprueben las uniones y adopción de parejas del mismo sexo, permitan la eutanasia, el aborto, el consumo de drogas y licor en sitios públicos. La moral y las buenas costumbres están siendo borradas de la sociedad colombiana, dando prevalencia a los derechos de las minorías sobre el interés general, con una errónea interpretación de los principios constitucionales, están dando prioridad a la protección de nuevos estilos de vida, con derechos “retóricos” como el libre desarrollo de la personalidad en una sociedad, donde la mayoría somos trabajadores de buenas costumbres, eso sí, ignorantes al momento de elegir a nuestros senadores, pueblo sufrido, azotado por la violencia, saqueado por los corruptos, masacrado por la guerrilla, orgulloso de nuestra selección Colombia, y de nuestros ciclistas, seguidores de todo colombiano que enaltezca el nombre de nuestra patria en cualquier actividad; somos tolerantes. Hay algo que nos identifica, sin discriminación alguna de raza, ni orientación sexual o religiosa; los que votaron por Petro, por Duque, los que no votaron, estamos unidos en un solo punto, somos el poder soberano y por acción o por omisión estamos permitiendo que a nuestro país lo estén destruyendo la ambición de unos pocos. Todos unidos debemos decir: los problemas de nuestro país son “por mi culpa, por tu gran culpa”.
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