Es loable que el pueblo despierte y proteste contra un gobierno que fue elegido por el voto popular. Las marchas y los paros, no han demostrado resultado en la historia del país; nunca se ha logrado con la protesta remover a un presidente, menos si están infiltradas por actos vandálicos de saqueos, incendios y destrucción de bienes públicos y privados; hechos que incrementan la pobreza.
Es insensato protestar sin tener un plan de acción, pese a que es demasiado tarde, no es imposible lograr la recuperación del Estado en un país lleno de recursos, pero lamentablemente empobrecido a causa de gobiernos que permitieron la privatización de las empresas más productivas. Aquellas que generaban pérdidas al Estado cuando eran de su propiedad, hoy ocupan los primeros lugares en utilidades.
Las carreteras, las empresas de servicios públicos domiciliarios, y todo el sector productivo, han sido privatizados. El Estado colombiano es improductivo, su mayor fuente de ingresos son los impuestos, tal situación se refleja en la precaria calidad de vida de la mayoría de los colombianos, aunado a factores como la falta de un sistema educativo, más práctico y vocacional que el académico obsoleto que tenemos. La falta de oportunidades laborales para la juventud, la necesidad de una reforma al sistema penitenciario que permita una verdadera resocialización, con elementos de producción desde los centros carcelarios, la ausencia de la fuerza pública en las regiones donde caudillos y criminales son reconocidos como la autoridad considerándose propietarios de la salud, de las obras, del alumbrado, de los acueductos, de la recolección de basuras, dando al pueblo acceso restringido y una prestación de servicios públicos de mala calidad y elevados costos.
La ausencia de obras de infraestructura, el inadecuado mantenimiento de las vías y la corrupción en la contratación, mantienen nuestras ciudades sucias, en mal estado e inseguras. La falta de autoridad en Colombia es general, desde el palacio de Nariño, hasta el más humilde de los municipios. La pobreza material nos asfixia, pero la pobreza mental nos destruye. Nos convertimos en un pueblo sufrido, saqueado, empobrecido y embrutecido. Lo peor de todo es que estamos en un momento de crisis política, social y económica sin saber qué hacer, ni contra quién. Lo que se está viviendo es una rebelión sin causa, ni efecto.
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