Hoy evoco aquel 17 de marzo de 2020, como el día en que la vida nos cambió y se convirtió para nosotros en una fecha que jamás podremos olvidar. En el transcurso del mes de marzo del año 2020, las noticias reiteraban la presencia de un virus denominado “coronavirus o covid- 19”, anunciando que el mismo tuvo origen en Wuhan China y que se había desatado supuestamente, por el consumo de murciélagos en un mercado local. El pánico empezó a reinar cuando la Organización Mundial de la Salud declaró que el planeta entero se enfrentaba a una pandemia, para la cual no existía aún un antídoto o vacuna que contuviera su propagación y letalidad. La proliferación del virus fue tan rápida, que, en menos de tres meses, los cinco continentes reportaban casos de Covid-19, al tiempo que las cifras de muertes alarmaban a la humanidad.
Los gobiernos tomaron medidas extremas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud. Los aeropuertos y las fronteras se fueron cerrando, como medida de protección para mitigar la expansión del mortal virus, dándole tiempo a los científicos que desarrollaban desesperadamente la vacuna que salvaría a la humanidad de una muerte masiva.
Cartagena de Indias, fue la primera ciudad de Colombia con presencia del COVID. El miedo, se apoderó de la población, fuimos confinados y aún en nuestras casas, el alcohol, el lavado frecuente de nuestras manos, los termómetros y el tapabocas, se volvieron utensilios de uso obligatorio. De un momento a otro todo había cambiado. La presencialidad, cambió a la virtualidad; era increíble pero cierto. Estábamos en peligro como raza humana, no teníamos más opción que encomendarnos a la gracia de Dios.
Para la época del confinamiento, quien era infectado por el virus, ingresaba a los centros de atención hospitalaria y si regresaba a su casa, era un verdadero milagro. Los pacientes internados en las unidades de cuidaos intensivos, morían a los pocos días. Incluso las despedidas cambiaron, las medidas preventivas se extendieron a las funerarias y cementerios; dejando a cientos de familias sin la posibilidad de enterrar a sus muertos.
Los mayores y todos aquellos con problemas de salud eran el blanco perfecto para que el virus hiciera de las suyas. Fue una época de miedo, de dolor, de entender lo vulnerables que somos. No se salvaban ni los acaudalados; murieron médicos, políticos, pobres, ricos, jóvenes y adultos. El miedo era el común denominador y no discriminaba a nadie. Gracias a Dios todo fue superado, llegaron las vacunas, y aunque podamos decir que la vida volvió a “la normalidad”, lo cierto es que ya no es como antes.
Al recordar esta fecha, debemos agradecer a Dios porque estamos vivos, aprovechar al máximo el tiempo, disfrutar la vida y tratar de hacer el bien. El 17 de marzo me enseñó que todo puede cambiar en un instante y que no importa el tiempo que nos quede, porque lo que en verdad tiene importancia es cómo y en qué lo gastamos.
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