Recordando lo ocurrido, y viendo que las dictaduras no se han acabado -piénsese en Nicaragua, en donde a diario se atropellan las libertades de expresión, de conciencia, de cultos, la justicia y los derechos fundamentales-, se hace oportuno insistir en la necesidad de defender la democracia, la estabilidad institucional, la vigencia efectiva de los sistemas jurídicos y las reglas de juego, tanto en el ejercicio del poder como en la oposición y en la actividad política.
Nunca más -en ninguno de nuestros países- deben regresar la barbarie, la tiranía, las vías de hecho. Era lo que escuchábamos en la tarde del pasado domingo, en las voces de miles de mujeres -de todas las edades- en Santiago de Chile.
En enero de este año, en Brasil, seguidores del expresidente Jair Bolsonaro, que no reconocen al actual mandatario Lula da Silva, pedían la "intervención militar", invadiendo y atacando varios edificios públicos, ante lo cual, desde Santiago, varios presidentes solicitaron una reunión extraordinaria de la Organización de Estados Americanos (OEA).
El presidente de Chile Gabriel Boric -a propósito de la conmemoración del golpe militar-, ha manifestado desde La Moneda: “Como demócratas, independientemente de las opciones políticas, tenemos el deber de reflexionar sobre cómo profundizamos y fortalecemos las democracias en nuestra región y en el mundo". Agregó, a propósito de lo ocurrido en Brasil: "No puede haber matices. Estas acciones son inaceptables, los silencios cómplices también, y no pueden ser relativizadas ni obviadas (...) Nuestra región debe tener una posición clara al respecto".
En Colombia, el presidente Petro sostuvo hace unos días que hay personas interesadas en “tumbar al Gobierno”, y se ha referido al peligro de un “golpe blando” contra las instituciones.
Con independencia de si, en efecto, existen o existieron esos planes delictivos, lo cierto es que deben ser rechazados de manera contundente. Sea cualquiera la orientación ideológica y el concepto que se tenga acerca de los aciertos o equivocaciones del Ejecutivo, hemos de coincidir en lo esencial: sin perjuicio de las diferencias -que deben ser respetadas- no podemos evadir los postulados y reglas propias del Estado de Derecho.
Todos -con independencia del papel que desempeñemos en el seno de la sociedad- hemos de contribuir a preservar, sin desmayo, los valores y principios constitucionales y la observancia de sus preceptos, desoyendo voces extremistas y rechazando toda insinuación de ruptura institucional. Por imperfecta que sea la democracia, siempre nos ofrecerá posibilidades lícitas de corrección o revisión de lo que esté mal, y eso es invaluable. La concertación, el diálogo, el sano intercambio de criterios son posibles en un contexto democrático.
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