En este caso -que dista mucho de ser un simple “incidente”, como lo llamaron algunos noticieros internacionales-, el señor Trump -exmandatario y candidato a la reelección- escapó de la muerte por centímetros -uno de los proyectiles dio en su oreja derecha- y, como él lo dijo, Dios lo protegió. Por su parte, el tirador fue abatido por el personal de escoltas, no sin antes causar la muerte a Corey Comperatore -un valiente bombero que recibió los impactos mientras cubría con su cuerpo a su esposa e hijas- y graves heridas a dos personas más.
A nadie se oculta la gravedad de lo acontecido. Buena parte de la población teme el regreso de la violencia política y las amenazas de muerte contra líderes y altos dignatarios, que no se habían vuelto a presentar desde el 30 de marzo de 1981 -cuando fue atacado el entonces presidente Ronald Reagan en Washington.
A no dudarlo, hubo fallas en la inteligencia y la protección del aspirante a la presidencia, como lo han expresado muchos de los asistentes, toda vez que no se dieron cuenta de la presencia del atacante, quien portaba un fusil y subía a una construcción cercana, desde donde hizo los disparos. Sobre los organismos competentes habrá investigación, según se anuncia.
¿Qué pudo influir en el ánimo de Crooks y llevarlo, inclusive, a arriesgar su vida -que, en efecto perdió- para intentar asesinar a una persona como Donald Trump? Es lo que muchos nos preguntamos. Quizá -como también ocurre en Colombia, en medio de la polarización política existente, y acontece en otros países como España, México, Perú o Ecuador - los dirigentes y partidos deberían reflexionar acerca de la manera como orientan a sus posibles seguidores, en sus campañas y procesos, en las redes sociales y en los medios de comunicación. El discurso de odio, la descalificación de la persona del contrario, la ofensa y el insulto contra quien piensa diferente -en vez de la confrontación civilizada de argumentos, la discusión y el diálogo- obran con frecuencia en personas influenciables y primarias, que acuden fácilmente a la violencia.
Hablando de violencia, no podemos dejar de referirnos a los penosos acontecimientos que tuvieron lugar este domingo en Miami, donde tuvo lugar el partido final de la Copa América entre Argentina y Colombia. Nuestros futbolistas fueron ejemplares y merecen aplauso y apoyo, pero no así los hinchas que ocasionaron caos, confusión, destrozos y perturbación del orden público, al ingresar masivamente y en forma violenta, sin boletas, al estadio. Gran vergüenza.