Opinión: PINGÜILANDIA Y EL CORONELATO. John Marulanda

 

Si bien es cierto que las farc no lograron acceder al poder con AK-47 y que su aparato armado, que no militar, está desvencijado, no es menos cierto que su lucha política se ha remozado con el espacio que les ha abierto el actual gobierno. Sus cabecillas se han anotado un éxito de no poca monta: son los Oidores de TODAS las víctimas del conflicto colombiano y por lo tanto serán los discriminadores de cuáles serán las suyas ("cosas de la guerra, mi Señora, qué pena" dirán) mientras que las de paramilitares y militares, con el descuido o el contubernio de un señor Nórdico y de la Universidad Nacional, han convertido a los narcotraficantes en enjuiciadores del Estado y en supérstite aparato de justicia: ¿está rodando la refundación del Estado sin darnos por enterados?
 
El presidente sigue anunciando plazos cortos, las farc los han impuesto largos; el Presidente amenaza con nuestra paciencia, no con la de él o la de su gobierno mientras diseña un Ministerio de Seguridad: los terroristas saben que ahí ubicarán a sus hombres cuando llegue el momento. 
 
El Presidente está de acuerdo con la legalización de las drogas, de paso ayuda a quitarles esa manchita, sin aclarar lo de lavado de activos que denuncia el Procurador. Por esos y otros detalles de fácil captación, ese proceso sigue sin convencer totalmente a por lo menos la mitad del país.
 
Entretanto, "la Nueva Colombia" sigue consolidándose en las fronteras con Ecuador y con Venezuela ante la ausencia del Estado y a pesar de la presencia de la fuerza pública.
 
En 1908, Anatole France publicó la novela "La isla de los pingüinos", parodia de la historia de Francia. Una prostituta se alía con un farsante que juega a ser dragón e intimida y estafa a los pingüinos buenos. Al darse cuenta la mujer del inminente fracaso del dragón, lo asesina y se convierte en heroína. Al final de los años es canonizada y se convierte en Santa Orberosa, patrona de Pingüilandia. ¿Estaremos repitiendo esa misma socarrona comedia?
 
Por otra parte, el nombramiento de coroneles para ir a La Habana es un movimiento hábil pero peligroso. Los coroneles son los que llevan el pivote crítico de las operaciones militares: acumulan mucha experiencia y mucha energía. Los que vayan a la Isla hoy, serán los Generales de mañana y los que no marchen al compás del Gobierno se irán de la institución sin mayor traumatismo. El coronelato ha marcado la historia de muchos países: ojalá y los designados para esa misión sean lo suficientemente educados y perspicaces para negar lo que sería otro logro político mayúsculo de las far
John Marulanda

Consultor Internacional en Seguridad y Defensa

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