Opinión: El Palacio y el Muro. John Marulanda
Hace 25 años caía estrepitosamente el infame Muro de Berlín: el comunismo soviético sufría la más sonora derrota y sus ecos los recogería en 1992 un politólogo norteamericano de origen japonés, Yoshihiro Francis Fukuyama bajo el rimbombante título de El Fin de la Historia y el último hombre. Según su propuesta, el fracaso del comunismo como alternativa al capitalismo dejaba sin dinámica a la historia, siempre en movimiento gracias a la contraposición hegeliana de tesis, antítesis y síntesis. Pero no fue así y la resultante hegemonía norteamericana ahora está en discusión. Mientras el impetuoso Putin quiere recobrar el esplendor ruso en el panorama mundial rediseñando las fronteras de Eurasia y los pacientes chinos proyectan su poder económico y militar en África y en el Pacífico, llegando inclusive hasta las playas latinoamericanas, Obama se embarrena con unos Estados Unidos confundidos.
Cuatro años antes que demolieran ese Muro, ardía en Bogotá el Palacio de Justicia. La mano rabiosa del M-19, alimentada por el cerebro perverso del narcotráfico, acometía el más oscuro episodio de nuestra historia negra del siglo XX, resultante de la Guerra Fría: insurgentes comunistas atacaron el corazón de un estado tercermundista, pronorteamericano y con unas fuerzas armadas constitucionales, subordinadas a su comandante supremo, para entonces un presidente-poeta históricamente esquivo a sus responsabilidades. Y así como de los escombros del Muro parece resurgir ahora una más complicada versión dela Guerra Fría, de las cenizas del Palacio se reedita ininterrumpidamente el colapso moral de la justicia colombiana y en especial de sus altas cortes, que empalan inocentes y premian culpables, sin sonrojo y sin pudor. Si se reditare una segunda Guerra Fría, como se advierte, a Colombia no la afectaría mucho, pues de esa turbulencia política no hemos salido aún: de los nuevos muros que el Papa Francisco proclama se están levantando hoy en día en el mundo, Colombia tiene uno que se levantó hace 29 años y se está elevando más, desde el mismo lugar en donde, precisamente, estuvimos a punto de la hecatombe nuclear en el epitome de la Guerra Fría: Cuba.
Lo único verdaderamente cierto para que no siga alzándose este muro que nos está dividiendo a los colombianos, con graves signos de radicalización, es la Justicia. Mientras esa institución fundamental no funcione con probidad en sus jueces, prontitud en sus sentencias, severidad en sus juicios y apoliticidad en sus fiscales, seguiremos, ingenuos, buscando la paz en donde no está. No es gratis que, además, ante un desprestigiado Congreso y una clase política asqueante, el Ejército y la Iglesia sean las dos instituciones de mayor credibilidad en el país. Eso, parece que no lo entienden los vanidosos gobernantes de turno ni los baladíes magistrados.
John Marulanda
Consultor Internacional en Seguridad y Defensa
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