Encaminados hacia un posconflicto de muy dudosa moralidad –y hay razones de sentido común para dudar– es oportuno mirar los elementos sobre los que giraría una nueva-vieja realidad política del país.
Los cabecillas terroristas, con sus armas en reserva, se lanzarán abiertamente unos y discretamente otros, en busca del poder. ¿Cuál es la territorialidad que le daría sustento a tal empeño?
Las Zonas de Reserva Campesina, rebautizadas desde La Habana como Zonas de Producción Campesina de Alimentos, complementadas con algunos resguardos indígenas y de afrodescendientes, que sumarían unos 40 millones de hectáreas, como un 30 % del territorio nacional, para el cual los extremistas exigen autonomía política, económica y administrativa.
Esas áreas servirían como cabeza de playa para expandir un proyecto político estatista, colectivista, fascista, modelo estruendosamente fracasado en Cuba y derrumbándose en Venezuela. De todas las zonas geográficas en las que las farc se aposentarían -inclusive concentrarían sus mesnadas en el venidero cese bilateral del fuego- dos llaman la atención: Arauca-Catatumbo y Cauca-Nariño-Putumayo.
Fronterizas con Estados socialistas del siglo 21, se caracterizan por ser las áreas en donde más se han incrementado los cultivos de coca y por ser emporios de minería ilegal con permanente actividad de grupos de crimen organizado como los ‘Rastrojos’ y los ‘Urabeños’.
Se delinearía entonces una nueva versión de Repúblicas Independientes, en donde la izquierda espera realizar su sueño de igualdad y progreso, probablemente con la ayuda empresarial china, ávida de tierras fértiles en Latinoamérica, como ya lo insinuó la canciller.
Así las cosas, cualquier argumento político fariano, envuelto en las banderas de Marcha Patriótica, Unión Patriótica u otra organización, estará territorialmente marcado por el narcotráfico y la ilegalidad. Por otro lado, la precariedad electoral de la izquierda ha sido proverbial en las ciudades en donde reside el 70 % de los colombianos.
Además, figuras como la del actual alcalde de Bogotá son una clara advertencia de que votar por exguerrillerros sigue siendo mal negocio para todos, pues solo sirven para inflamar ánimos, acabar con los logros obtenidos y tratar de cumplir a como dé lugar su misión profética-salvadora de crear una nueva realidad política y económica.
Esa territorialidad urbana, si bien reducida, sustenta una minoría fanática, mejor organizada que la de los políticos de centro y de derecha y que nunca desdeña el empleo del desorden y la violencia.
Ojalá y el “sacrificio” que advierte el negociador de marras, que comprenderá reconocerles territorialidad a los terroristas, no nos convierta paulatinamente en una Cuba o una Venezuela o nos lleve a una nueva ola de violencia y desbarajuste social, sueño dorado de los marxistas-leninistas de siempre.
¿Cómo maniobrarán los “políticos’ farianos en esas futuras territorialidades, ahora que no tendrían un fusil al hombro? Lo veremos en quince días