Opinión: LA MUERTE DE UN GRAN MAGISTRADO. José Gregorio Hernández Galindo
La muerte de Carlos Gaviria Díaz es una pésima noticia para la justicia colombiana. Una noticia que llega, además, en el momento en que la Corte Constitucional a la que perteneció se encuentra en el más vergonzoso nivel de desprestigio.
La magistratura, como el sacerdocio, deja una impronta de por vida, particularmente cuando se desempeña con mística y entrega. Y Carlos Gaviria, aun en su época de candidato y activista político, conservó hasta el final ese talante, esa autoridad, esa pulcritud lingüística y esa forma de convencer -mediante el razonamiento, no con juicios de valor-, tan del estilo de los auténticos magistrados. Ha muerto un gran Magistrado.
Si algo caracterizaba a Gaviria, de quien tuve el honor de ser compañero en la magistratura durante ocho años, fue su convicción democrática, su pluralismo, su tolerancia y su respeto por las ideas de otros, sin perjuicio de sustentar con ahínco las propias.
A lo largo de nuestro período fueron muchas las discrepancias de orden filosófico y jurídico -expresadas siempre de manera respetuosa y sin ningún influjo en las relaciones personales, siempre amistosas y cordiales-, pero muchos más los casos en que coincidimos en el análisis y en las conclusiones, como se puede ver en sentencias proferidas en ese lapso, en todas las cuales se consagró como defensor de los derechos y la libertad.
No faltaron, desde luego, los malquerientes que le reprocharon injustamente haberse presentado a las elecciones para cargos de elección popular tras su retiro. Como si no fuera ese un derecho expresamente garantizado en el artículo 40 de la Constitución. Su campaña para el Senado la inició -como inicié la mía para la Vicepresidencia de la República por amable invitación del Dr. Horacio Serpa- en 2002, cuando ya había transcurrido más de un año de nuestro retiro. Después -ya elegido-, fuimos muchos los que, con todo el país, agradecimos a Carlos Gaviria su presencia en el Congreso -en donde sus aportes fueron esenciales para el debate de temas trascendentales- y fuimos muchos más los que compartimos desde la Academia su oposición a la reforma constitucional sobre la reelección.
Los hechos posteriores nos dieron la razón: el Acto Legislativo 2 de 2004, incomprensiblemente declarado exequible por la Corte Constitucional de la época, fue una reforma nefasta para la democracia.
Candidato presidencial a nombre del Polo Democrático, Gaviria obtuvo la segunda votación, la más alta alcanzada por la izquierda en toda su historia.
Profesor que había sido por muchos años en la Universidad de Antioquia, regresó a la actividad académica, con el éxito que era de esperar. Sus conferencias, pronunciadas en escenarios nacionales e internacionales -hasta la última, muy reciente, en el Gimnasio Moderno, sobre Educación y Democracia-, obtuvieron siempre entusiasta y merecido aplauso, por la altura de los argumentos y por la capacidad oratoria del expositor.
Se nos fue Carlos Gaviria. Su agnosticismo es conocido. Quien esto escribe, sin embargo -católico convencido- considera que Dios lo ha recibido en el cielo con beneplácito. Hizo mucho bien.
Jose Gregorio Hernandez Galindo
Expresidente de la Corte Constitucional de Colombia y director de la publicación “Elementos de Juicio. Revista de Temas Constitucionales” y la emisora "lavozdelderecho.com".
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